martes, 8 de diciembre de 2009

Las mujeres en el Opus Dei

Nuestro capellán nos ha mandado esta entrevista:

Las mujeres en el Opus Dei

NUEVA YORK, jueves 3 diciembre 2009

Nos hemos encontrado con Marie Oates en la sede del Opus Dei en Nueva York. Su deseo de mostrar cómo viven las mujeres el carisma del Opus Dei ha dado como resultado su libro "Women of Opus Dei: in Their Own Words" (Mujeres del Opus Dei, según sus propias palabras).

Escrito en colaboración con Linda Ruf y Jenny Driver (Crossroad Publishing, 2009), los perfiles del libro presentan desde una doctora por Harvard a mamás amas de casa, pasando por una graduada en el Massachusetts Institute of Technology (MIT).

De este modo el volumen presenta a las "mujeres de la más intrigante organización del catolicismo".

--Finalmente alguien habla sobre las mujeres en el Opus Dei. Las mujeres integran la mitad - algunos creen que mucho más de la mitad - del número total de miembros del Opus Dei en Estados Unidos y en el mundo, pero la mayoría de la gente no les conoce a ustedes. ¿Por qué esta falta de protagonismo?

--Oates: Como parte de la Iglesia católica, el Opus Dei existe para ayudar a hombres y mujeres laicos a encontrar y amar a Dios a través de su trabajo --cualquiera que este sea-- y los acontecimientos diarios que llenan una vida normal. Pero tener una vocación al Opus Dei no cambia el hecho de que sus miembros siguen siendo simples fieles laicos, iguales a otros fieles de la Iglesia católica.

Las personas en el Opus Dei no van haciendo alarde de su vocación al Opus Dei. En general, intentan centrarse en ser "chicos o chicas normales" con sus colegas, familia y amigos, intentando al mismo tiempo ser más parecidos a Cristo en su trabajo y con cualquiera con quien entren en contacto. En este sentido, cada uno se esfuerza personalmente en dar gloria a Dios y dar un testimonio cristiano por el modo en que hacen su trabajo y por sus relaciones personales.

Los lectores encontrarán que hay mucho "protagonismo" - como también imperfecciones y defectos humanos - entre las mujeres presentadas en el libro.

Cada una es la protagonista de su único y personal esfuerzo por vivir su llamamiento a la santidad como persona laica.

--¿Hay un prototipo de mujer del Opus Dei?

--Oates: No. Como verán los lectores, las mujeres que se presetna en "Women of Opus Dei: In Their Own Words" son todas únicas.

Las mujeres del libro, como todas las mujeres - y hombres - en el Opus Dei, provienen de todas las clases sociales. Cuatro de las 15 mujeres presentadas en el libro son convertidas al catolicismo. Tres de ellas tienen una herencia afroamericana; algunas provienen de ambientes asiáticos e hispanos. Algunas son madres y amas de casa - un importante trabajo profesional estimado como tal por San Josemaría Escrivá. Algunas son madres que llevan adelante sus familias y otras profesiones.

Hay una científica, un par de doctoras - incluyendo una de las fundadoras del Hospice Movement en Estados Unidos, profesionales de servicios hospitalarios, del cuidado de niños, algunas educadoras, la presidenta de un college para mujeres, la directora ejecutiva de una organización sin ánimo de lucro, etc.

La mayoría de las mujeres están casadas, algunas solteras. Lo que comparten en común es su vocación - que es la misma llamada sin importar sus circunstancias diversas.

Aunque cada una tiene sus propios defectos y luchas personales, como cualquiera, todas aman profundamente su fe católica y encuentran que su vocación al Opus Dei las ayuda a querer, vivir y comunicar dicha fe más fácilmente.

Las mujeres (y los hombres) en el Opus Dei son católicos normales que quieren responder cada día al profundo amor y bondad de Dios.

--El Opus Dei, ¿ofrece algo característico a las mujeres en términos de formación, formas de comportamiento?

--Oates: La formación ofrecida por el Opus Dei, una prelatura personal de la Iglesia católica, simplemente se hace eco de la formación cristiana recomendada por la Iglesia para todos los fieles - hombres y mujeres. Los programas cristianos son los mismos para hombres y mujeres - aunque se llevan a cabo de forma independiente para cada uno.

La independencia de los programas de formación de las mujeres de aquellos de los hombres ha sido sobre todo parte del carisma fundacional que San Josemaría recibió de Dios. Funciona con eficacia en las actividades formativas del Opus Dei, pero puede que no sea así para otras organizaciones católicas.

Entiendo que una de los rasgos distintivos de la formación es que es ofrecida por laicos y sacerdotes. Intenta ser práctica para ayudar a la gente a vivir las virtudes cristianas en su lugar de trabajo, en sus actividades diarias normales.

--En su libro es imposible encontrar la afiliación política de las mujeres. ¿Está hecho a propósito o simplemente no entraba en el tema?

--Oates: Está hecho a propósito porque no importa. Déjeme explicárselo. Se anima a los miembros del Opus Dei, como seres humanos libres, a ser ciudadanos responsables, a votar, a interesarse por la política pública que les afecta a ellos y a los demás en los diferentes países y comunidades.

Es decir, los miembros del Opus Dei son completamente libres en el asunto del voto, la política, la afiliación a un partido político, etc. El Opus Dei es totalmente a político. Sus fines son completamente espirituales. La gentes en el Opus Dei tiende a extenderse en todo el abanico político - algunos son liberales, algunos son conservadores, algunos son moderados, etc. Como católicos devotos, suelen compartir puntos de vista similares en los "temas calientes" de moral como el aborto, la eutanasia, la ética sexual, la justicia social, la bioética, etc. - todos los cuales tienen repercusiones políticas.

No obstante, se les anima a decidir en este y en otros temas de política pública de acuerdo con su conciencia. No hay una postura única que adopte la gente en el Opus Dei cuando considera estos y otros asuntos de política. Como cristianos, rezan y reflexionan sobre los temas, y luego asumen sus propias decisiones políticas basadas en las opciones que tienen a su disposición.

--¿Considera usted que estas mujeres representan al Opus Dei que pensó el fundador, San Josemaría Escrivá?

--Oates: Me gusta creerlo así. Estas mujeres son todas normales, no son perfectas, pero se han comprometido a luchar cada día por mantener a Jesús al frente y en el centro de sus vidas. Todos somos "obras en fase de creación" hasta que morimos.

Nuestra existencia sobre la tierra es una peregrinación mientras caminamos en el tiempo hacia nuestro destino definitivo: la vida eterna con Dios. Dios nos da el tiempo aquí en la tierra para cultivar los talentos que se nos han dado y para sacar lo mejor de ellos a su servicio y al servicio de las almas que nos rodean.

Creo que San Josemaría estaría contento con la dedicación, el empeño y la diversidad de estas mujeres - y de las miles no incluidas en este libro.

Es probable que, si las tuviéramos a todos juntas en una habitación, no las felicitaría por estar en el Opus Dei, más bien las desafiaría a ser mujeres más valientes. Las animaría a intentar ser más generosas en su amor a Dios y en el espíritu de servicio. Las impulsaría a soñar apostólicamente con una visión del mundo, a seguir luchando para ser mejores, a convertirse diariamente.

Él solía decir sobre sí mismo que, personalmente, había desempeñado el papel del hijo pródigo cada día de su vida, y que la mayoría de nosotros necesitamos tener cada día pequeñas y grandes conversiones, volviéndonos hacia Dios.

Por Miriam Díez i Bosch

miércoles, 7 de octubre de 2009

Testimonio de Vida

Hace poco, una persona que frecuenta los medios de formación que se imparten en Rodela, nos contaba que su prima se está preparando para entrar en el Monasterio de las Clarisas de Lerma.

La que escribe este post, conoce a varias chicas que, formadas en un centro del Opus Dei como Rodela, han descubierto su vocación religiosa, y están en Lerma, son Carmelitas o Hijas de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, es una gozada!
En este video que os proponemos esta semana, el padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia les hace una visita que se retransmitió en la televisión pública italiana. Esperamos que os guste!

lunes, 5 de octubre de 2009

El cardenal Ratzinger y san Josemaría Escrivá

Siempre me ha llamado la atención el sentido que Josemaría Escrivá daba al nombre Opus Dei; una interpretación que podríamos llamar biográfica y que permite entender al fundador en su fisonomía espiritual. Escrivá sabía que debía fundar algo, y a la vez estaba convencido de que ese algo no era obra suya: él no había inventado nada: sencillamente el Señor se había servido de él y, en consecuencia, aquello no era su obra, sino la Obra de Dios. Él era solamente un instrumento a través del cual Dios había actuado.

Al considerar esta actitud me vienen a la mente las palabras del Señor recogidas en el evangelio de San Juan 5,17: «Mi Padre obra siempre». Son palabras expresadas por Jesús en el curso de una discusión con algunos especialistas de la religión que no querían reconocer que Dios puede trabajar en el día del sábado. Un debate todavía abierto y actual, en cierto modo, entre los hombres --también cristianos-- de nuestro tiempo. Algunos piensan que Dios, después de la creación, se ha «retirado» y ya no muestra interés alguno por nuestros asuntos de cada día. Según este modo de pensar, Dios no podría intervenir en el tejido de nuestra vida cotidiana; sin embargo, en las palabras de Jesucristo encontramos la respuesta contraria. Un hombre abierto a la presencia de Dios se da cuenta de que Dios obra siempre y de que también actúa hoy; por eso debemos dejarle entrar y facilitarle que obre en nosotros. Es así como nacen las cosas que abren el futuro y renuevan la humanidad.

Todo esto nos ayuda a comprender por qué Josemaría Escrivá no se consideraba «fundador» de nada, y por qué se veía solamente como un hombre que quiere cumplir una voluntad de Dios, secundar esa acción, la obra -en efecto- de Dios. En este sentido, constituye para mí un mensaje de gran importancia el teocentrismo de Escrivá de Balaguer: está en coherencia con las palabras de Jesús esa confianza en que Dios no se ha retirado del mundo, porque está actuando constantemente, y en que a nosotros nos corresponde solamente ponernos a su disposición, estar disponibles, siendo capaces de responder a su llamada. Es un mensaje que ayuda también a superar lo que puede considerarse como la gran tentación de nuestro tiempo: la pretensión de pensar que después del big bang, Dios se ha retirado de la historia. La acción de Dios no «se ha parado» en el momento del big bang, sino que continúa en el curso del tiempo, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de los hombres.

El fundador de la Obra decía: «Yo no he inventado nada, es Otro quien lo ha hecho todo. Yo he procurado estar disponible y servirle como instrumento». Esta palabra, y toda la realidad que llamamos Opus Dei, está profundamente ensamblada con la vida interior del Fundador, que aún procurando ser muy discreto en este punto, da a entender que permanecía en diálogo constante, en contacto real con Aquel que nos ha creado y obra por nosotros y con nosotros. De Moisés se dice en el libro del Éxodo (33,11) que Dios hablaba con él «cara a cara, como un amigo habla con un amigo». Me parece que, si bien el velo de la discreción esconde algunas pequeñas señales, hay fundamento suficiente para poder aplicar muy bien a Josemaría Escrivá eso de «hablar como un amigo habla con un amigo», que abre las puertas del mundo para que Dios pueda
hacerse presente, obrar y transformar todo.

En esta perspectiva se comprende mejor qué significa santidad y vocación universal a la santidad. Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud «heroica» podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a pensar: «Esto no es para mí». «Yo no me siento capaz de realizar virtudes heroicas». «Es un ideal demasiado alto para mí». En ese caso la santidad estaría reservada para algunos «grandes» de quienes vemos sus imágenes en los altares y que son muy diferentes a nosotros, pecadores normales. Tendríamos una idea totalmente equivocada de la santidad, una concepción errónea que ya fue corregida --y esto me parece un punto central-- por el propio Josemaría Escrivá.

Virtud heroica no quiere decir que el santo sea una especie de «gimnasta» de la santidad, que realiza unos ejercicios inasequibles para llevarlos a cabo las personas normales. Quiere decir, por el contrario, que en la vida de un hombre se revela la presencia de Dios, y queda más patente todo lo que el hombre no es capaz de hacer por sí mismo. Quizá, en el fondo, se trate de una cuestión terminológica, porque el adjetivo «heroico» ha sido con frecuencia mal interpretado. Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. Con otras palabras, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad.

Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz. Cuando Josemaría Escrivá habla de que todos los hombres estamos llamados a ser santos, me parece que en el fondo está refiriéndose a su personal experiencia, porque nunca hizo por sí mismo cosas increíbles, sino que se limitó a dejar obrar a Dios. Y por eso ha nacido una gran renovación, una fuerza de bien en el mundo, aunque permanezcan presentes todas las debilidades humanas. Verdaderamente todos somos capaces, todos estamos llamados a abrirnos a esa amistad con Dios, a no soltarnos de sus manos, a no cansarnos de volver y retornar al Señor hablando con Él como se habla con un amigo sabiendo, con certeza, que el Señor es el verdadero amigo de todos, también de todos los que no son capaces de hacer por sí mismos cosas grandes.

Por todo esto he comprendido mejor la fisonomía del Opus Dei: la fuerte trabazón que existe entre una absoluta fidelidad a la gran tradición de la Iglesia, a su fe, con desarmante simplicidad, y la apertura incondicionada a todos los desafíos de este mundo, sea en el ámbito académico, en el del trabajo ordinario, en la economía, etc. Quien tiene esta vinculación con Dios, quien mantiene un coloquio ininterrumpido con Él, puede atreverse a responder a nuevos desafíos, y no tiene miedo; porque quien está en las manos de Dios, cae siempre en las manos de Dios. Es así como desaparece el miedo y nace el coraje de responder a los retos del mundo de hoy.

Cardenal Joseph Ratzinger
Roma 2002

lunes, 14 de septiembre de 2009

Carta a los jóvenes con motivo de la peregrinación de su Cruz

Mis queridos jóvenes:

El día 14 de Septiembre, festividad de la exaltación de la Santa Cruz, dará comienzo la peregrinación de la Cruz de los Jóvenes por la diócesis de Madrid. Esta Cruz, que el Siervo de Dios Juan Pablo II entregó a los jóvenes en el año 1984 para que la llevaran por el mundo entero, junto al icono de la Virgen María, es un hermoso signo de lo que significan las Jornadas Mundiales de la Juventud: el encuentro con Cristo muerto y resucitado por nosotros, Redentor del hombre. Llevando la cruz sobre sus hombros, los jóvenes se convierten en portadores de la alegre noticia de la salvación y proclaman a los cuatro vientos que Cristo nos ha salvado del pecado y de la muerte.

Hemos querido que la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz sea el punto de partida de la peregrinación y, en cierto sentido, el inicio en nuestra diócesis de la intensa preparación de la Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar en Madrid en el año 2011. Exaltar la cruz, levantarla sobre lo alto, de modo que todo el mundo la mire con fe y se salve, es una indicación que viene del mismo Cristo. Al referirse a su muerte, dijo: «Y yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Y añade el evangelista: «Esto lo decía indicando de qué muerte había de morir» (Jn 12,33). La muerte de Cristo sobre la cruz, ciertamente, lo eleva sobre la tierra en el sentido físico, al suspender su cuerpo entre el cielo y la tierra. Pero lo eleva también en su sentido profundamente espiritual, puesto que lo muestra como el gran signo del amor de Dios que muestra su perdón y reconciliación para con todos los hombres. En realidad, el crucificado es el exaltado, el que ha sido elevado gloriosamente -la cruz es gloriosa- como vencedor del pecado y de la muerte. Por eso la Iglesia ha cantado y canta a la cruz como signo de victoria y del triunfo. El amor de Cristo vence sobre todos los odios, rencores, venganzas y crímenes de los hombres. Es un amor que sana, libera, purifica, rescata y pacifica. Es un amor eterno e infalible. Es un amor humano y divino, capaz de elevarnos con Él a lo más alto de la gloria.

Queridos jóvenes: al peregrinar con la cruz por todas las parroquias de Madrid, pensad en el mensaje que portáis en vuestros hombros. Gozad con el privilegio que supone llevar la cruz de Cristo para mostrarla a todos sin excepción: mostradla especialmente a quienes no creen, a los que vienen sin esperanza de ser amados, a los que sufren las terribles cruces que otros cargan sobre sus frágiles hombros. Proclamad con palabras y gestos sencillos que Cristo ha llevado todas las cruces del mundo y las ha iluminado con su propia entrega a la muerte. Que ningún hombre se sienta solo en el dolor si sabe mirar al Crucificado.

Y vosotros mismos, como jóvenes cristianos, aprovechad esta ocasión de peregrinar con la cruz de Cristo para vivir con fidelidad vuestra vocación cristiana. En el bautismo y en la confirmación fuísteis sellados con la cruz de Cristo. Es una cruz imborrable. Sois siempre de Él y para Él. Los cristianos somos propiedad de Cristo. Eso significa hacer el signo de la cruz en nuestra frente, labios y corazón: afirmar que somos suyos. Pues bien, vivid siempre con el gozo de pertenecer a Cristo, Señor de la Vida. No hagáis de la cruz un signo banal, superficial o sin sentido. En la vida de cada día, tendréis ocasión de mostrar, haciendo la señal de la cruz, que elegís el amor, la sencillez, el servicio a los hermanos; que vuestra vida avanza por los caminos de la verdad, la humildad y la obediencia a los mandamientos de Dios; que no os movéis por los atractivos de este mundo que pasa, como es el dinero, la fama, el poder y la mentira; que queréis ser los bienaventurados del evangelio, los profetas de la esperanza, los misioneros de la paz y la verdad de Cristo.

Viviendo así, caminaréis hacia la Jornada Mundial de la Juventud como un acontecimiento de gracia extraordinaria en el que sin duda alguna experimentaréis el encuentro con Cristo. La Jornada no es un fin en sí mismo, sino un medio eficaz para avivar la fe y descubrir que sólo Cristo es la meta del hombre. La oración, las catequesis, la frecuencia de los sacramentos, las obras de caridad, todo lo que forma parte de la preparación de la Jornada de la Juventud, y la misma Jornada, os ayudará a ir decididamente al encuentro con Cristo, el Señor. Por ello, al iniciar esta peregrinación no penséis sólo en la meta temporal de la Jornada, sino mirad más lejos, contemplad la meta de vuestra vida, en la que Cristo resucitado brilla con una luz inextinguible, que ilumina nuestra existencia y nos llena del gozo de la vida eterna.

Encomendaos a la Virgen María de La Almudena, nuestra Madre, para que ella, que brilla junto a Cristo en la gloria celeste, sea vuestra estrella en el caminar de cada día y os eduque en la fortaleza cristiana tan necesaria para estar junto a Cristo al pie de la cruz.

Con todo afecto y mi bendición,

+ Antonio María Rouco Varela

Cardenal-arzobispo de Madrid

jueves, 9 de julio de 2009

¿Qué es una Encíclica?

Os presentamos la nueva Encíclica que el Papa presentó ayer en Roma...y ¿qué es una Encíclica?...en los comienzos de la Iglesia, las encíclicas eran cartas circulares que el Papa enviaba a todas las iglesias de una zona concreta. En la actualidad se denomina encíclica papal a la carta enviada por el Papa, no solo a religiosos y fieles laicos del mundo, sino también a todas las personas de buena voluntad como leemos en la introducción de la misma. El nombre de las encíclicas viene dado por sus dos primeras palabras en Latín, en este caso: "Caritas in veritate": La caridad en la verdad...

martes, 7 de julio de 2009

El Papa te presenta su Enciclica

Intervención durante la audiencia general 8.VII.09
Mi nueva encíclica "Caritas in veritate", que ayer se presentó oficialmente, se inspira en su visión fundamental en un pasaje de la carta de san Pablo a los Efesios, en el que el apóstol habla del actuar según la verdad en la caridad: "Actuando --lo acabamos de escuchar-- según la verdad en la caridad, crecemos en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo" (4, 15). La caridad en la verdad es, por tanto, la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. Por esto, en torno al principio "caritas in veritate", gira toda la doctrina social de la Iglesia. Sólo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un valor humano y humanizador. La caridad en la verdad "es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción moral" (n. 6). La encíclica alude en seguida en la introducción a dos criterios fundamentales: la justicia y el bien común. La justicia es parte integrante de ese amor "con los hechos y en la verdad" (1 Juan 3,18), a la que exhorta el apóstol Juan (Cf. n. 6). Y "amar a alguien es querer su bien y obrar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien ligado a la vida social de las personas... Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja" por el bien común. Por tanto, dos son los criterios operativos, la justicia y el bien común; gracias a éste último, la caridad adquiere una dimensión social. Todo cristiano --dice la encíclica-- está llamado a esta caridad, y añade: "Ésta es la vía institucional... de la caridad" (cfr n. 7).
Como otros documentos del Magisterio, también esta encíclica retoma, continúa y profundiza el análisis y la reflexión de la Iglesia sobre cuestiones sociales de vital interés para la humanidad de nuestro tiempo. De modo especial, enlaza con cuanto escribió Pablo VI, hace ahora más de cuarenta años, en la "Populorum progressio", piedra angular de la enseñanza social de la Iglesia, en la que el gran pontífice traza algunas líneas decisivas, y siempre actuales, para el desarrollo integral del hombre y del mundo moderno. La situación mundial, como ampliamente demuestra la crónica de los últimos meses, sigue presentando no pocos problemas y el "escándalo" de desigualdades clamorosas, que permanecen a pesar de los compromisos adoptados en el pasado. Por una parte, se registran signos de graves desequilibrios sociales y económicos; por la otra, se invocan desde muchas partes reformas que no pueden demorarse por más tiempo para superar la brecha en el desarrollo de los pueblos. El fenómeno de la globalización puede, en este sentido, constituir una oportunidad real, pero por esto es importante que se acometa una profunda renovación moral y cultural y un discernimiento responsable sobre las elecciones que hay que realizar para el bien común. Un futuro mejor para todos es posible, si se funda en el descubrimiento de los valores éticos fundamentales. Es necesaria por tanto una nueva proyección económica que vuelva a diseñar el desarrollo de forma global, basándose en el fundamento ético de la responsabilidad ante Dios y ante el ser humano como criatura de Dios.
La encíclica ciertamente no mira a ofrecer soluciones técnicas a las grandes problemáticas sociales del mundo actual --no es la competencia del magisterio de la Iglesia (Cf. n. 9)--. Ésta recuerda sin embargo los grandes principios que se revelan indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años. Entre éstos, en primer lugar, la atención a la vida del hombre, considerada como centro de todo verdadero progreso; el respeto del derecho a la libertad religiosa, siempre unido íntimamente al desarrollo del hombre; el rechazo de una visión prometeica del ser humano, que lo considera artífice absoluto de su propio destino. Una ilimitada confianza en las potencialidades de la tecnología se revelaría finalmente ilusoria. Se necesitan hombres rectos tanto en la política cuanto en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común. En particular, viendo las emergencias mundiales, es urgente llamar la atención de la opinión pública ante el drama del hambre y de la seguridad alimentaria, que afecta a una parte considerable de la humanidad. Un drama de tales dimensiones interpela a nuestra conciencia: es necesario afrontarlo con decisión, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres. Estoy seguro de que esta vía solidaria al desarrollo de los países más pobres ayudará ciertamente a elaborar un proyecto de solución de la crisis global actual. Indudablemente debe revalorarse atentamente el papel y el poder político de los Estados, en una época en la que existen de hecho limitaciones a su soberanía a causa del nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional. Y por otro lado, no debe faltar la participación de los ciudadanos en la política nacional e internacional, gracias también a un compromiso renovado de las asociaciones de los trabajadores llamados a instaurar nuevas sinergias a nivel local e internacional. Un papel de primer nivel desempeñan, también en este campo, los medios de comunicación social para la potenciación del diálogo entre culturas y tradiciones diversas.
Queriendo por tanto programar un desarrollo no viciado por las disfunciones y distorsiones hoy ampliamente presentes, se impone por parte de todos una seria reflexión sobre el sentido mismo de la economía y sobre sus finalidades. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo pide la crisis cultural y moral del hombre que aparece con evidencia en cada lugar del globo. La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; necesita recuperar la importante contribución del principio de gratuidad y de la "lógica del don" en la economía de mercado, en el que la regla no puede ser el provecho propio. Pero esto sólo es posible únicamente gracias al compromiso de todos, economistas y políticos, productores y consumidores, y presupone una formación de las conciencias que dé fuerza a los criterios morales en la elaboración de los proyectos políticos y económicos. Justamente, desde muchas partes se apela al hecho de que los derechos presuponen deberes correspondientes, sin los cuales los derechos corren el riesgo de transformarse en libre arbitrio. Es necesario, se repite cada vez más, un estilo diverso de vida por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno hacia el ambiente se unan con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás. La humanidad es una sola familia y el diálogo fecundo entre fe y razón no puede más que enriquecerla, haciendo más eficaz la obra de la caridad en lo social, constituyendo además el marco apropiado para incentivar la colaboración entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida de trabajar por la justicia y la paz en el mundo. Como criterios-guía por esta interacción fraterna, en la encíclica indico los principios de subsidiariedad y de solidaridad, en estrecha conexión entre sí. He señalado finalmente, ante problemáticas tan vastas y profundas del mundo de hoy, la necesidad de una Autoridad política mundial regulada por el derecho, que se atenga a los mencionados principios de subsidiariedad y solidaridad y que esté firmemente orientada por la realización del bien común, en el respeto de las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad.
El Evangelio nos recuerda que no sólo de pan vive el hombre: no sólo con bienes materiales se puede satisfacer la profunda sed de su corazón. El horizonte del hombre es indudablemente más alto y más vasto; por esto todo programa de desarrollo debe tener presente, junto a lo material, el crecimiento espiritual de la persona humana, que está dotada de alma y cuerpo. Este es el desarrollo integral, al que constantemente se refiere la doctrina social de la Iglesia, desarrollo que tiene su criterio orientador en la fuerza propulsora de la "caridad en la verdad".

Queridos hermanos y hermanas, oremos para que también esta encíclica pueda ayudar a la humanidad a sentirse una única familia comprometida en realizar un mundo de justicia y de paz. Oremos para que los creyentes, que trabajan en los sectores de la economía y de la política, adviertan cuán importante es la coherencia de su testimonio evangélico en el servicio que ofrecen a la sociedad. Particularmente, os invito a rezar por los jefes de Estado y de Gobierno del G8 que se reúnen en estos días en L'Aquila. Que de esta importante cumbre mundial broten decisiones y orientaciones útiles para el verdadero progreso de todos los pueblos, especialmente de los más pobres. Confiamos estas intenciones a la maternal intercesión de María, Madre de la Iglesia y de la humanidad.

viernes, 26 de junio de 2009

En la fiesta de San Josemaría

Estamos de fiesta, y para celebrarlo, te dejamos este video en el que el mismo San Josemaría, en una de sus catequesis por España, habla sobre la santificación del trabajao ordinario, el mensaje que Dios le hizo ver el 2 de octubre de 1928 para que lo diera a conocer a todo el mundo


jueves, 25 de junio de 2009

NO LIMITS

Entre los miles de peregrinos que participaban este miércoles en la plaza de San Pedro del Vaticano, Benedicto XVI saludó este miércoles al astronauta estadounidense Ronald Garan, quien llevó una reliquia de santa Teresita de Lisieux al espacio abordo del Discovery Shuttle.

A esta reliquia, que se encuentra en órbita desde hace un año, se le añadirá otra que llevará el mismo coronel Garan en la próxima misión, programada para marzo de 2011, en la estación espacial internacional.
Según ha contado el mismo coronel de la NASA, antes de emprender la misión espacial del 31 de mayo al 14 de junio del año pasado para transportar y añadir el módulo de laboratorio japonés Kibo (Esperanza) a la Estación Espacial Internacional, llamó a las religiosas de la comunidad carmelita de New Caney, Texas, para pedirles oraciones y les dijo que podía llevar un pequeño objeto al espacio en nombre de la comunidad.

La comunidad, se acordó de las palabras de santa Teresita: "Siento la vocación de apóstol... Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre, y plantar sobre el suelo infiel tu Cruz gloriosa. Pero Amado mío, ¡una sola misión no me bastaría! Quisiera anunciar al mismo tiempo el Evangelio en las cinco partes del mundo, y hasta en las islas más remotas...".
Con esta evocación, las carmelitas no dudaron en entregar al astronauta una reliquia de Santa Teresita.

Garan, con sus familiares, también creó la Manna Energy Foundation que, con tecnología de la NASA y la financiación de la ONU, ha desarrollado un sistema para hacer potable el agua de las aldeas de Ruanda e instalar paneles solares en escuelas y hospitales.

miércoles, 24 de junio de 2009

Mensaje del Prelado con motivo del Año Sacerdotal

Don Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, ha enviado un mensaje de video con motivo del Año Sacerdotal, podéis verlo desde aquí:

lunes, 22 de junio de 2009

En el mundo tendréis luchas, pero tened valor

Publicamos la carta que ha enviado Benedicto XVI a los sacerdotes al comenzar el Año Sacerdotal, que ha proclamado con motivo del 150° aniversario de la muerte (el dies natalis) de san Juan María Vianney, conocido como el Santo Cura de Ars.

Queridos hermanos en el Sacerdocio:

He resuelto convocar oficialmente un "Año Sacerdotal" con ocasión del 150 aniversario del "dies natalis" de Juan María Vianney, el Santo Patrón de todos los párrocos del mundo, que comenzará el viernes 19 de junio de 2009, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús -jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación del clero-.1 Este año desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo, y se concluirá en la misma solemnidad de 2010.

"El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús", repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars.2 Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma. Tengo presente a todos los presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida. ¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de "amigos de Cristo", llamados personalmente, elegidos y enviados por Él?

Todavía conservo en el corazón el recuerdo del primer párroco con el que comencé mi ministerio como joven sacerdote: fue para mí un ejemplo de entrega sin reservas al propio ministerio pastoral, llegando a morir cuando llevaba el viático a un enfermo grave. También repaso los innumerables hermanos que he conocido a lo largo de mi vida y últimamente en mis viajes pastorales a diversas naciones, comprometidos generosamente en el ejercicio cotidiano de su ministerio sacerdotal.

Pero la expresión utilizada por el Santo Cura de Ars evoca también la herida abierta en el Corazón de Cristo y la corona de espinas que lo circunda. Y así, pienso en las numerosas situaciones de sufrimiento que aquejan a muchos sacerdotes, porque participan de la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones o por las incomprensiones de los destinatarios mismos de su ministerio: ¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de la sangre?

Sin embargo, también hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes. En este sentido, la enseñanza y el ejemplo de san Juan María Vianney pueden ofrecer un punto de referencia significativo. El Cura de Ars era muy humilde, pero consciente de ser, como sacerdote, un inmenso don para su gente: "Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina".3 Hablaba del sacerdocio como si no fuera posible llegar a percibir toda la grandeza del don y de la tarea confiados a una criatura humana: "¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría... Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia...".4 Explicando a sus fieles la importancia de los sacramentos decía: "Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote... ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá en el cielo".5 Estas afirmaciones, nacidas del corazón sacerdotal del santo párroco, pueden parecer exageradas. Sin embargo, revelan la altísima consideración en que tenía el sacramento del sacerdocio. Parecía sobrecogido por un inmenso sentido de la responsabilidad: "Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor... Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra... ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes... Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias... El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros".6

Llegó a Ars, una pequeña aldea de 230 habitantes, advertido por el Obispo sobre la precaria situación religiosa: "No hay mucho amor de Dios en esa parroquia; usted lo pondrá". Bien sabía él que tendría que encarnar la presencia de Cristo dando testimonio de la ternura de la salvación: "Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia; acepto sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida". Con esta oración comenzó su misión.7 El Santo Cura de Ars se dedicó a la conversión de su parroquia con todas sus fuerzas, insistiendo por encima de todo en la formación cristiana del pueblo que le había sido confiado.

Queridos hermanos en el Sacerdocio, pidamos al Señor Jesús la gracia de aprender también nosotros el método pastoral de san Juan María Vianney. En primer lugar, su total identificación con el propio ministerio. En Jesús, Persona y Misión tienden a coincidir: toda su obra salvífica era y es expresión de su "Yo filial", que está ante el Padre, desde toda la eternidad, en actitud de amorosa sumisión a su voluntad. De modo análogo y con toda humildad, también el sacerdote debe aspirar a esta identificación. Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro. El Cura de Ars emprendió en seguida esta humilde y paciente tarea de armonizar su vida como ministro con la santidad del ministerio confiado, "viviendo" incluso materialmente en su Iglesia parroquial: "En cuanto llegó, consideró la Iglesia como su casa... Entraba en la Iglesia antes de la aurora y no salía hasta después del Angelus de la tarde. Si alguno tenía necesidad de él, allí lo podía encontrar", se lee en su primera biografía.8

La devota exageración del piadoso hagiógrafo no nos debe hacer perder de vista que el Santo Cura de Ars también supo "hacerse presente" en todo el territorio de su parroquia: visitaba sistemáticamente a los enfermos y a las familias; organizaba misiones populares y fiestas patronales; recogía y administraba dinero para sus obras de caridad y para las misiones; adornaba la iglesia y la dotaba de paramentos sacerdotales; se ocupaba de las niñas huérfanas de la "Providence" (un Instituto que fundó) y de sus formadoras; se interesaba por la educación de los niños; fundaba hermandades y llamaba a los laicos a colaborar con él.

Su ejemplo me lleva a poner de relieve los ámbitos de colaboración en los que se debe dar cada vez más cabida a los laicos, con los que los presbíteros forman un único pueblo sacerdotal y entre los cuales, en virtud del sacerdocio ministerial, están puestos "para llevar a todos a la unidad del amor: ‘amándose mutuamente con amor fraterno, rivalizando en la estima mutua' (Rm 12, 10)".10 En este contexto, hay que tener en cuenta la encarecida recomendación del Concilio Vaticano II a los presbíteros de "reconocer sinceramente y promover la dignidad de los laicos y la función que tienen como propia en la misión de la Iglesia... Deben escuchar de buena gana a los laicos, teniendo fraternalmente en cuenta sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, para poder junto con ellos reconocer los signos de los tiempos".11

El Santo Cura de Ars enseñaba a sus parroquianos sobre todo con el testimonio de su vida. De su ejemplo aprendían los fieles a orar, acudiendo con gusto al sagrario para hacer una visita a Jesús Eucaristía.12 "No hay necesidad de hablar mucho para orar bien", les enseñaba el Cura de Ars. "Sabemos que Jesús está allí, en el sagrario: abrámosle nuestro corazón, alegrémonos de su presencia. Ésta es la mejor oración".13 Y les persuadía: "Venid a comulgar, hijos míos, venid donde Jesús. Venid a vivir de Él para poder vivir con Él...".14 "Es verdad que no sois dignos, pero lo necesitáis".15 Dicha educación de los fieles en la presencia eucarística y en la comunión era particularmente eficaz cuando lo veían celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. Los que asistían decían que "no se podía encontrar una figura que expresase mejor la adoración... Contemplaba la hostia con amor".16 Les decía: "Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios".17 Estaba convencido de que todo el fervor en la vida de un sacerdote dependía de la Misa: "La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!".18 Siempre que celebraba, tenía la costumbre de ofrecer también la propia vida como sacrificio: "¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!".19

Esta identificación personal con el Sacrificio de la Cruz lo llevaba -con una sola moción interior- del altar al confesonario. Los sacerdotes no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesonarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia este sacramento. En Francia, en tiempos del Santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pues el vendaval revolucionario había arrasado desde hacía tiempo la práctica religiosa. Pero él intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus parroquianos redescubriesen el significado y la belleza de la Penitencia sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la presencia eucarística. Supo iniciar así un "círculo virtuoso". Con su prolongado estar ante el sagrario en la Iglesia, consiguió que los fieles comenzasen a imitarlo, yendo a visitar a Jesús, seguros de que allí encontrarían también a su párroco, disponible para escucharlos y perdonarlos. Al final, una muchedumbre cada vez mayor de penitentes, provenientes de toda Francia, lo retenía en el confesonario hasta 16 horas al día. Se comentaba que Ars se había convertido en "el gran hospital de las almas".20 Su primer biógrafo afirma: "La gracia que conseguía [para que los pecadores se convirtiesen] era tan abundante que salía en su búsqueda sin dejarles un momento de tregua".21 En este mismo sentido, el Santo Cura de Ars decía: "No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él".22 "Este buen Salvador está tan lleno de amor que nos busca por todas partes".23

Todos los sacerdotes hemos de considerar como dirigidas personalmente a nosotros aquellas palabras que él ponía en boca de Jesús: "Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita".24 Los sacerdotes podemos aprender del Santo Cura de Ars no sólo una confianza infinita en el sacramento de la Penitencia, que nos impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del "diálogo de salvación" que en él se debe entablar. El Cura de Ars se comportaba de manera diferente con cada penitente. Quien se acercaba a su confesonario con una necesidad profunda y humilde del perdón de Dios, encontraba en él palabras de ánimo para sumergirse en el "torrente de la divina misericordia" que arrastra todo con su fuerza. Y si alguno estaba afligido por su debilidad e inconstancia, con miedo a futuras recaídas, el Cura de Ars le revelaba el secreto de Dios con una expresión de una belleza conmovedora: "El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confeséis, sabe ya que pecaréis nuevamente y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!".25 A quien, en cambio, se acusaba de manera fría y casi indolente, le mostraba, con sus propias lágrimas, la evidencia seria y dolorosa de lo "abominable" de su actitud: "Lloro porque vosotros no lloráis",26 decía. "Si el Señor no fuese tan bueno... pero lo es. Hay que ser un bárbaro para comportarse de esta manera ante un Padre tan bueno".27 Provocaba el arrepentimiento en el corazón de los tibios, obligándoles a ver con sus propios ojos el sufrimiento de Dios por los pecados como "encarnado" en el rostro del sacerdote que los confesaba. Si alguno manifestaba deseos y actitudes de una vida espiritual más profunda, le mostraba abiertamente las profundidades del amor, explicándole la inefable belleza de vivir unidos a Dios y estar en su presencia: "Todo bajo los ojos de Dios, todo con Dios, todo para agradar a Dios... ¡Qué maravilla!".28 Y les enseñaba a orar: "Dios mío, concédeme la gracia de amarte tanto cuanto yo sea capaz".29

El Cura de Ars consiguió en su tiempo cambiar el corazón y la vida de muchas personas, porque fue capaz de hacerles sentir el amor misericordioso del Señor. Urge también en nuestro tiempo un anuncio y un testimonio similar de la verdad del Amor: Deus caritas est (1 Jn 4, 8). Con la Palabra y con los Sacramentos de su Jesús, Juan María Vianney edificaba a su pueblo, aunque a veces se agitaba interiormente porque no se sentía a la altura, hasta el punto de pensar muchas veces en abandonar las responsabilidades del ministerio parroquial para el que se sentía indigno. Sin embargo, con un sentido de la obediencia ejemplar, permaneció siempre en su puesto, porque lo consumía el celo apostólico por la salvación de las almas. Se entregaba totalmente a su propia vocación y misión con una ascesis severa: "La mayor desgracia para nosotros los párrocos -deploraba el Santo- es que el alma se endurezca"; con esto se refería al peligro de que el pastor se acostumbre al estado de pecado o indiferencia en que viven muchas de sus ovejas.30 Dominaba su cuerpo con vigilias y ayunos para evitar que opusiera resistencia a su alma sacerdotal. Y se mortificaba voluntariamente en favor de las almas que le habían sido confiadas y para unirse a la expiación de tantos pecados oídos en confesión. A un hermano sacerdote, le explicaba: "Le diré cuál es mi receta: doy a los pecadores una penitencia pequeña y el resto lo hago yo por ellos".31 Más allá de las penitencias concretas que el Cura de Ars hacía, el núcleo de su enseñanza sigue siendo en cualquier caso válido para todos: las almas cuestan la sangre de Cristo y el sacerdote no puede dedicarse a su salvación sin participar personalmente en el "alto precio" de la redención.

En la actualidad, como en los tiempos difíciles del Cura de Ars, es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico. Pablo VI ha observado oportunamente: "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio".32 Para que no nos quedemos existencialmente vacíos, comprometiendo con ello la eficacia de nuestro ministerio, debemos preguntarnos constantemente: "¿Estamos realmente impregnados por la palabra de Dios? ¿Es ella en verdad el alimento del que vivimos, más que lo que pueda ser el pan y las cosas de este mundo? ¿La conocemos verdaderamente? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que realmente deja una impronta en nuestra vida y forma nuestro pensamiento?".33 Así como Jesús llamó a los Doce para que estuvieran con Él (cf. Mc 3, 14), y sólo después los mandó a predicar, también en nuestros días los sacerdotes están llamados a asimilar el "nuevo estilo de vida" que el Señor Jesús inauguró y que los Apóstoles hicieron suyo.34

La identificación sin reservas con este "nuevo estilo de vida" caracterizó la dedicación al ministerio del Cura de Ars. El Papa Juan XXIII en la Carta encíclica Sacerdotii nostri primordia, publicada en 1959, en el primer centenario de la muerte de san Juan María Vianney, presentaba su fisonomía ascética refiriéndose particularmente a los tres consejos evangélicos, considerados como necesarios también para los presbíteros: "Y, si para alcanzar esta santidad de vida, no se impone al sacerdote, en virtud del estado clerical, la práctica de los consejos evangélicos, ciertamente que a él, y a todos los discípulos del Señor, se le presenta como el camino real de la santificación cristiana".35 El Cura de Ars supo vivir los "consejos evangélicos" de acuerdo a su condición de presbítero. En efecto, su pobreza no fue la de un religioso o un monje, sino la que se pide a un sacerdote: a pesar de manejar mucho dinero (ya que los peregrinos más pudientes se interesaban por sus obras de caridad), era consciente de que todo era para su iglesia, sus pobres, sus huérfanos, sus niñas de la "Providence",36 sus familias más necesitadas. Por eso "era rico para dar a los otros y era muy pobre para sí mismo".37 Y explicaba: "Mi secreto es simple: dar todo y no conservar nada".38 Cuando se encontraba con las manos vacías, decía contento a los pobres que le pedían: "Hoy soy pobre como vosotros, soy uno de vosotros".39 Así, al final de su vida, pudo decir con absoluta serenidad: "No tengo nada... Ahora el buen Dios me puede llamar cuando quiera".40 También su castidad era la que se pide a un sacerdote para su ministerio. Se puede decir que era la castidad que conviene a quien debe tocar habitualmente con sus manos la Eucaristía y contemplarla con todo su corazón arrebatado y con el mismo entusiasmo la distribuye a sus fieles. Decían de él que "la castidad brillaba en su mirada", y los fieles se daban cuenta cuando clavaba la mirada en el sagrario con los ojos de un enamorado.41 También la obediencia de san Juan María Vianney quedó plasmada totalmente en la entrega abnegada a las exigencias cotidianas de su ministerio. Se sabe cuánto le atormentaba no sentirse idóneo para el ministerio parroquial y su deseo de retirarse "a llorar su pobre vida, en soledad".42 Sólo la obediencia y la pasión por las almas conseguían convencerlo para seguir en su puesto. A los fieles y a sí mismo explicaba: "No hay dos maneras buenas de servir a Dios. Hay una sola: servirlo como Él quiere ser servido".43 Consideraba que la regla de oro para una vida obediente era: "Hacer sólo aquello que puede ser ofrecido al buen Dios".44

En el contexto de la espiritualidad apoyada en la práctica de los consejos evangélicos, me complace invitar particularmente a los sacerdotes, en este Año dedicado a ellos, a percibir la nueva primavera que el Espíritu está suscitando en nuestros días en la Iglesia, a la que los Movimientos eclesiales y las nuevas Comunidades han contribuido positivamente. "El Espíritu es multiforme en sus dones... Él sopla donde quiere. Lo hace de modo inesperado, en lugares inesperados y en formas nunca antes imaginadas... Él quiere vuestra multiformidad y os quiere para el único Cuerpo".45 A este propósito vale la indicación del Decreto Presbyterorum ordinis: "Examinando los espíritus para ver si son de Dios, [los presbíteros] han de descubrir mediante el sentido de la fe los múltiples carismas de los laicos, tanto los humildes como los más altos, reconocerlos con alegría y fomentarlos con empeño".46 Dichos dones, que llevan a muchos a una vida espiritual más elevada, pueden hacer bien no sólo a los fieles laicos sino también a los ministros mismos. La comunión entre ministros ordenados y carismas "puede impulsar un renovado compromiso de la Iglesia en el anuncio y en el testimonio del Evangelio de la esperanza y de la caridad en todos los rincones del mundo".47 Quisiera añadir además, en línea con la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis del Papa Juan Pablo II, que el ministerio ordenado tiene una radical "forma comunitaria" y sólo puede ser desempeñado en la comunión de los presbíteros con su Obispo.48 Es necesario que esta comunión entre los sacerdotes y con el propio Obispo, basada en el sacramento del Orden y manifestada en la concelebración eucarística, se traduzca en diversas formas concretas de fraternidad sacerdotal efectiva y afectiva.49 Sólo así los sacerdotes sabrán vivir en plenitud el don del celibato y serán capaces de hacer florecer comunidades cristianas en las cuales se repitan los prodigios de la primera predicación del Evangelio.

El Año Paulino que está por concluir orienta nuestro pensamiento también hacia el Apóstol de los gentiles, en quien podemos ver un espléndido modelo sacerdotal, totalmente "entregado" a su ministerio. "Nos apremia el amor de Cristo -escribía-, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron" (2 Co 5, 14). Y añadía: "Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15). ¿Qué mejor programa se podría proponer a un sacerdote que quiera avanzar en el camino de la perfección cristiana?

Queridos sacerdotes, la celebración del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney (1859) viene inmediatamente después de las celebraciones apenas concluidas del 150 aniversario de las apariciones de Lourdes (1858). Ya en 1959, el Beato Papa Juan XXIII había hecho notar: "Poco antes de que el Cura de Ars terminase su carrera tan llena de méritos, la Virgen Inmaculada se había aparecido en otra región de Francia a una joven humilde y pura, para comunicarle un mensaje de oración y de penitencia, cuya inmensa resonancia espiritual es bien conocida desde hace un siglo. En realidad, la vida de este sacerdote cuya memoria celebramos, era anticipadamente una viva ilustración de las grandes verdades sobrenaturales enseñadas a la vidente de Massabielle. Él mismo sentía una devoción vivísima hacia la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen; él, que ya en 1836 había consagrado su parroquia a María concebida sin pecado, y que con tanta fe y alegría había de acoger la definición dogmática de 1854".50 El Santo Cura de Ars recordaba siempre a sus fieles que "Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir de su Santa Madre".51

Confío este Año Sacerdotal a la Santísima Virgen María, pidiéndole que suscite en cada presbítero un generoso y renovado impulso de los ideales de total donación a Cristo y a la Iglesia que inspiraron el pensamiento y la tarea del Santo Cura de Ars. Con su ferviente vida de oración y su apasionado amor a Jesús crucificado, Juan María Vianney alimentó su entrega cotidiana sin reservas a Dios y a la Iglesia. Que su ejemplo fomente en los sacerdotes el testimonio de unidad con el Obispo, entre ellos y con los laicos, tan necesario hoy como siempre. A pesar del mal que hay en el mundo, conservan siempre su actualidad las palabras de Cristo a sus discípulos en el Cenáculo: "En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33). La fe en el Maestro divino nos da la fuerza para mirar con confianza el futuro. Queridos sacerdotes, Cristo cuenta con vosotros. A ejemplo del Santo Cura de Ars, dejaos conquistar por Él y seréis también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz.

Con mi bendición.

Vaticano, 16 de junio de 2009.

BENEDICTUS PP.XVI

1. Así lo proclamó el Sumo Pontífice Pío XI en 1929.

2."Le Sacerdoce, c'est l'amour du coeur de Jésus" (in Le curé d'Ars. Sa pensée - Son Coeur. Présentés par l'Abbé Bernard Nodet, éd. Xavier Mappus, Foi Vivante 1966, p. 98). En adelante: NODET. La expresión aparece citada también en el Catecismo de la Iglesia católica, n. 1589.

3.Nodet, p. 101.

4.Ibíd.,p. 97.

5.Ibíd.,pp. 98-99.

6.Ibíd.,pp. 98-100.

7.Ibíd.,p. 183.

8.A. Monnin,Il Curato d'Ars. Vita di Gian-Battista-Maria Vianney, vol. I, Ed. Marietti, Torino 1870, p. 122.

9. Cf. Lumen gentium, 10.

10.Presbyterorum ordinis, 9.

11.Ibid.

12."La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. ‘Yo le miro y él me mira', decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario": Catecismo de la Iglesia católica, n. 2715.

13.Nodet,p.85.

14.Ibíd.,p. 114.

15.Ibíd.,p. 119.

16.A. Monnin,o.c., II, pp. 430 ss.

17.Nodet, p. 105.

18.Ibíd.,p. 105.

19.Ibíd.,p. 104.

20.A. Monnin,o.c., II, p. 293.

21.Ibíd.,II, p. 10.

22.Nodet, p. 128.

23.Ibíd.,p. 50.

24.Ibíd.,p. 131.

25.Ibíd.,p. 130.

26.Ibíd.,p. 27.

27.Ibíd.,p. 139.

28.Ibíd.,p. 28.

29.Ibíd.,p. 77.

30.Ibíd.,p. 102.

31.Ibíd.,p. 189.

32.Evangelii nuntiandi, 41.

33.Benedicto XVI,Homilía en la solemne Misa Crismal, 9 de abril de 2009.

34. Cf. Benedicto XVI,Discurso a los participantes en la Asamblea plenaria de la Congregación para el Clero. 16 de marzo de 2009.

35. P. I.

36. Nombre que dio a la casa para la acogida y educación de 60 niñas abandonadas. Fue capaz de todo con tal de mantenerla: "J'ai fait tous les commerces imaginables", decía sonriendo (Nodet, p. 214).

37.Nodet, p. 216.

38.Ibíd.,p. 215.

39.Ibíd.,p. 216.

40.Ibíd.,p. 214.

41.Cf. Ibíd., p. 212.

42. Cf. Ibíd., pp. 82-84; 102-103.

43.Ibíd.,p. 75.

44.Ibíd.,p. 76.

45.Benedicto XVI,Homilía en la celebración de las primeras vísperas en la vigilia de Pentecostés, 3 de junio de 2006.

46. N. 9.

47.Benedicto XVI,Discurso a un grupo de Obispos amigos del Movimiento de los Focolares y a otro de amigos de la Comunidad de San Egidio,8 de febrero de 2007.

48. Cf. n. 17.

49. Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. Pastores dabo vobis, 74.

50. Carta enc. Sacerdotii nostri primordia, P. III.

51.Nodet, p. 244.
Un día, una pequeña abertura apareció en un capullo; un hombre se sentó y
observó a la mariposa por varias horas, mientras ella se esforzaba para hacer
que su cuerpo pasase a través de aquel pequeño agujero.
En tanto, parecía que ella había dejado de hacer cualquier progreso.
Parecía que había hecho todo lo que podía, pero no conseguía agrandarlo.
Entonces el hombre decidió ayudar a la mariposa: el tomó una tijera y abrió el
capullo. La mariposa pudo salir fácilmente, pero su cuerpo estaba marchito, era
pequeño y tenía las alas arrugadas.

El hombre siguó observándola porque esperaba que, en cualquier momento, las alas
se abrieran y estirasen para ser capaces de soportar el cuerpo, y que éste se
hiciera firme.
Nada aconteció! En verdad, la mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose
con un cuerpo marchito y unas alas encogidas. Ella nunca fue capaz de volar.

Lo que el hombre, en su gentileza y su voluntad de ayudar no comprendía, era que
el capullo apretado y el esfuerzo necesario para que la mariposa pasara a través
de la pequeña abertura, era la forma en que Dios hacía que el fluído del cuerpo
de la mariposa, fuese a sus alas, de tal modo que ella estaría lista para volar,
una vez que se hubiese liberado del capullo.

Algunas veces, el esfuerzo es exactamente lo que necesitamos en nuestra vida. Si
Dios nos permitiese pasar por nuestras vidas sin encontrar ningún obstáculo, nos
dejaría limitados. No lograríamos ser tan fuertes como podríamos haber sido.
Nunca podríamos volar.

Pedí fuerza... y Dios me dió dificultades para hacerme fuerte.
Pedí sabiduría... y Dios me dió problemas para resolver.
Pedí prosperidad... y Dios me dió cerebro y músculos para trabajar.
Pedí valor... y Dios me dió obstáculos para superar.
Pedí amor... y Dios me dió personas con problemas a las cuales ayudar.
Pedí favores... y Dios me dió oportunidades.
Yo no recibí nada de lo que pedí...
Pero he recibido todo lo que necesitaba.
Vive la vida sin miedo, enfrenta todos los obstáculos y demuestra que puedes
superarlos.

jueves, 18 de junio de 2009

Ellos se merecen un año: comienza el Año Sacerdotal

Y por eso, a partir de hoy colgaremos regularmente noticias relacionadas con Sacerdotes, porque como sabes "si actúas —vives y trabajas— cara a Dios, por razones de amor y de servicio, con alma sacerdotal, aunque no seas sacerdote, toda tu acción cobra un genuino sentido sobrenatural, que mantiene unida tu vida entera a la fuente de todas las gracias"(S.Josemaría) por eso, ellos se merecen este año y a tí y a mí seguro que vivir muy bien este año nos ayudará a crecer más. Pinchando en la foto accederás a "Fishers of man" un cortometraje increible, en el que sacerdotes americanos explican su Vocación

lunes, 15 de junio de 2009

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA VIDA DE JUAN ANDRADE

Aquí está el impresionante testimonio del que os hablé durante la meditación del sábado. Descargalo aquí o leelo a continuación y ya me dirás qué te parece...

Lo admito. Al recibir la noticia así, de pronto, sin previo aviso, me puse nervioso. Mirando atrás en el poco tiempo de vida transcurrido -hace una semana celebré mi veintidós cumpleaños- no descubro ningún otro momento en el que mi sistema nervioso se haya puesto en estas condiciones. Mi cuerpo se despertó invadido por fríos y calores que de forma alterna a veces y conjunta y continua en otras, iban y venían desde la cabeza hasta los pies, sin saber exactamente cual era su origen y cuando llegaría el instante en que la tensión se calmaría y volvería todo a la normalidad. El vacío se abría ante ni. como invitándome a perderme en él.

Y admito también que no sé, a ciencia cierta yo, que siempre he sostenido que el hombre es pura y simple reacción química, para qué me pongo a escribir estas líneas. Lo he ponderado un poco y aunque reconozco que no es ningún razonamiento científico, me parece que solo pretendo conseguir cierto desdoblamiento de la personalidad y hacerme así un poco de compañía en estas horas de soledad y silencio en el hospital, con una leucemia que está aniquilando paso a paso mi sangre, y con mi sangre, a mí. Pero, ¿quién demonios soy yo después de todo?

Hasta ese instante nunca me había parado ni un minuto a pensar sobre la muerte. Y tampoco mucho sobre mí mismo. Había acompañado hasta el cementerio a mis abuelos, y a algunos de mis tíos, pero ni siquiera en esos momentos que los pase hablando con conocidos que formaban parte del cortejo, se me cruzó por la cabeza la idea de que toda aquella parafernalia tuviera algo que ver conmigo. No es que la muerte fuese una realidad muy distante; sencillamente, no entraba en el horizonte de mi visión, no me decía nada.

Sé que estoy ya en la lista de quienes probablemente morirán en esta semana. Esta es la noticia que me dio ayer él medico; y me la anunció a bocajarro, sin ninguna preparación previa; quizá también porque él pasó un mal trago al hablar conmigo, y sufría al verme concluir tan joven mis días. Yo tenía la idea de que a los médicos estas cosas les traían sin cuidado. Me equivoqué; y le agradecí la claridad con la que me hablaba.

Me han concedido la esperanza máxima de vida de un mes y ese tiempo, aun para un hombre joven como yo, es muy breve. Los médicos hablan teniendo en cuenta los datos que les proporcionan los análisis que me hacen. Yo siento algo en mi cuerpo que me dice que esa esperanza es excesiva. Esto se acaba. He querido dormirme después de recibir la noticia y no lo he conseguido. ¿Qué es lo que se acaba?

Iba a desaparecer del planeta; sin más. Me gustase o no me gustase importaba poco. Hasta ese momento, y aparte de mi nacimiento, al que nunca quise dar mayor importancia por considerarlo un hecho sin más trascendencia, me hallaba frente a un acontecimiento de mi vida que yo no estaba en condiciones ni de controlar ni de decidir. El nacimiento me fue dado. Nunca se me ha ocurrido aceptar lo que he leído en algún escritor: "Que el nacer es el gran pecado del hombre". Está claro que el venir a este mundo se nos impone, y no nos queda otro remedio que aceptarlo. La muerte también se nos regala. Podría adelantar el momento y tratar de dominar mi propia muerte; pero eso no deja de ser una ilusión.

Ciertamente yo no tengo ningún programa de vida que incluya el morir, y mucho menos lo deseo. No me cabe en la cabeza la idea de desaparecer. Apenas unos días atrás paseaba por la universidad con un compañero de estudios, charlando sobre la posibilidad de que los científicos consiguieran hacer un día inmortal al hombre. Yo no me quedé muy convencido; "Nosotros conseguimos curar sanar, alejar la enfermedad, pero ¿cómo un ser mortal puede producir la inmortalidad?" "Manteniendo en vida lo que ya existe" -"Lo que ya está en vida tiende a corromperse, a desaparecer. Tendrías que crear otro género de vida". Mi amigo no respondió más. Yo tampoco insistí. Ahora tengo bien claro que yo no veré semejante "adelanto" en cualquier caso.

No quiero ni pretendo lamentarme; y a la vez. No consigo evitar que un cierto aire de tristeza me lance algún que otro mordisco y me llene de congoja el alma. ¿Por qué estoy- triste?.

¿Qué es en definitiva a la muerte? Yo siempre he considerado la vida como un simple estar aquí. Morir pensaba, vendría a ser como no haber nacido, y yo antes de nacer no me ponía triste. ¿Por que llenarme ahora de tristeza? Asumo mi derrota. He hecho esfuerzos inauditos para conseguir aniquilar las raíces de esa tristeza, de la preocupación de la muerte, pero no lo he conseguido.

Una serie de amigos han llamado para decirme que quieren venir a verme, quizá pensando en la pena que me embargaría en estos momentos. Reconozco que descubrí pronto que la compañía de otros seres humanos, quizá no me servia para mucho, visto que también ellos morirían, y que ninguno tenla una experiencia interesante que comunicarme, porque ninguno se había encontrado tan cerca de la muerte como estaba yo. Y además, nadie va a un hospital a ver a un amigo para hablarle de la muerte; Y a mí en estos momentos, es lo único que de verdad me interesa; para qué engañarme.

La muerte, de otra parte, ya se encargaba de hacerme compañía. Desde la cama del hospital he visto morir a otros tres compañeros de habitación, y llevo aquí apenas una semana. El primero era un hombre, como yo. El segundo un hombre mayor, padre de cinco hijos que solo entraron en la habitación para llevarse el cadáver, más por obligación que por respeto; el tercero, un hombre sobre los cuarenta que llegó solo. Estuvo siempre solo, se murió solo.

Un sacerdote vino a ver al joven; estuvieron charlando un rato. Cuando se marchó, me entró curiosidad por saber lo que un sacerdote tiene que decir en casos semejantes. El muchacho se limito a decirme -sus fuerzas no le permitían otra cosa- que se había confesado.

La presencia del cura me trajo a la memoria un compañero suyo con quien me había encontrado en el autobús una semana antes de que me descubriesen la leucemia. Por gastar una broma yo dije en voz ni alta ni baja, lo suficiente para que él lo oyera, una blasfemia. Se volvió y sin decir una palabra me lanzó una mirada fuerte envuelto en una sonrisa, que -lo reconozco- me llenó de vergüenza. Un poco como si me dijera: "¡De qué vas muchacho!''. "Has dicho algo que le ha podido ofender". Me señaló un compañero: "yo paso de todo esto". Le respondí todavía envuelto en la vergüenza.

Les he dicho a mis amigos que no vengan. En el fondo de mi alma prefiero estar solo. Mi padre no sé dónde está, y se enterará de mi muerte, si alguna vez llega hasta sus oídos, cuando ya no quede nada de mí. A mi madre le han prohibido venir porque ha entrado en una depresión profunda al recibir la noticia de que yo, su único hijo varón, la va a dejar sola en al tierra en el espacio de pocos días. Por un momento pensé que mi muerte podía ser un alivio para ella porque no le he ahorrado ningún disgusto. He sido cruel en mi pensamiento, y le he escrito unas letras diciéndole que la quiero mucho.

María ha venido a hacerme una visita. Por la cara que puso al cruzar el umbral de la habitación, me di cuenta de que hasta ese instante no era muy consciente de la gravedad de mi estado. No fue necesario que le explicase demasiadas cosas. Después de dejar bailar sus ojos un rato, cerró los párpados quizá para no aumentar la pena de ver al que algún día podría haber sido su marido, el padre de sus hijos, convertido en una piltrafa humana, un navío desarbolado ya casi desguazado, un bosque de cenizas.

Aprovecho para dejar escrito que no sé todavía si me enamoré de María por su inocencia, por ser de las primeras de la clase, o porque era capaz de hablar de literatura y sabía estar en su sitio o, sencillamente por ser guapa. En cualquier caso si comencé a prestarle más atención, porque otras compañeras y amigas que entendían el uso de la libertad de espíritu, de la inteligencia y del cuerpo de la misma forma que yo, ya no tenían nada más que decirme. Estar con ellas era como no salir nunca de mí mismo, y cualquier persona inteligente, pienso yo, acaba un poco harta de sí.

María se atrevió a poner en duda las razones de mi inteligencia, a considerar vacíos los valores de mi espíritu y a no compartir el uso que yo daba a mi cuerpo. Me paró los pies en seco. En ese instante estuve a punto de dejarla para siempre y de borrarla de mi memoria; me contuve porque su negativa y su firmeza me descubrieron una dimensión de la dignidad humana que yo hasta entonces desconocía.

Con María a mi lado se me pasa el pensar en mi próxima muerte y no sé si es que sueño que ella está aquí. o que mi nombre ocupe un puesto tan adelantado en la lista de espera
María me ha dicho muy pocas palabras, perdida ya quizá la esperanza de consolarme. Arregló las sábanas, comprobó si las medicinas estaban en orden, si conservaba todavía un libro -el título: "El Nuevo Testamento"- que me habla dejado al venirme al hospital. Se enrojeció cuando de broma le pregunté quién era su autor.

Hoy le agradecí de todo corazón que me hablase poco, yo estaba muy cansado y ella lo noto enseguida. Se sentó un rato en el sillón, acompañándome en silencio con sus pensamientos y algo que ella llamaba sus "rezos". Yo saboree la cercanía del silencio amoroso de la única persona que ha conseguido situarme ante la realidad de mi vida, obligarme a dudar del valor y del sentido de todo el mundo de artificio que me habla construido y en el que habla vivido inmerso hasta entonces, y tratar de buscar con otros ojos y en otros horizontes el verdadero significado de vivir. Quizá no llegue al final de mi búsqueda; conocí a María tres semanas antes de venirme aquí. No me quejo.

María me besó en la frente para despedirse, tratando de esconder su tristeza en un esbozo de sonrisa. Le devolví la mirada con cariño y me contuve. Nunca me había sabido amado de nadie de esa manera. Y la verdad es que tampoco descubrí por qué ella me quería. Se lo agradezco con toda el alma. Cuando abandonó la habitación lloré un buen rato, en una mezcla de desahogo, de paz, de añorada tranquilidad No recuerdo haberlo hecho nunca; quizá tampoco me había encontrado tan solo.

Ahora que se ha ido no me atrevo a mirar el panorama que dejo atrás, y tampoco me arriesgo a dirigir mi mirada hacia delante, también porque considero que no vale la pena cuando me quedan pocos días de vivir. Hasta este momento he huido de pensar en eso que mi abuela llama "más allá", y tampoco ahora quisiera verme sumergido en un horizonte semejante, pero algo más fuerte que mi voluntad parece quererse imponer mi espíritu.

Tengo la sensación de haber vivido demasiado artificialmente, como si en vez de la Tierra hubiese habitado en otro planeta. Quizá he tratado de construirme un mundo algo aparte, ficticio, entre canciones de "U2", "Guns and roses". Sinfonías de Brahms, alguna que otra cantinela "rock" para emparedar y textos sueltos de Unamuno. De Gide de Nietzsche, de Machado, de Guillén. de Cioran y de otros autores que entraban y salían de moda en el Instituto y en la Universidad según los profesores, y sin reglas demasiado precisas de valor intrínseco

No sé por qué, pero al pensar en María es como una invitación a recapacitar. Quizá hallan sido sus ojos los que me han hecho darme cuenta de haber enterrado casi todo mi vivir en libros y discos. Apenas si he tocado a seres vivientes, salvo el roce esporádico de los cuerpos que acabó convirtiéndose para mí en un lenguaje estéril y mudo. Para el hombre, el placer egoísta es una tumba como otra cualquiera. Lo descubrí cuando acaricié por vez primera, y de un modo diferente a como lo habla hecho hasta entonces con otras mujeres, la mejilla derecha de María; su mirada conmovió mi espíritu y fue sin deseo el turbarse de mi cuerpo.

Ahora son las siete y media de la tarde y comienza a oscurecer. Me doy cuenta de no haberme quedado nunca a solas con una realidad distinta de mí mismo. Es una sensación extraña la que me embarga, mientras pasa por mi memoria la figura de María que pone en orden las estanterías de la sala; la impresión de haber sido invitado a una fiesta, de haber entrado en el salón donde estaba todo preparado para celebrarla, y de haber buscado un rincón para no participar. Y ahora, alguien me arrancaba del sillón sin pedir previamente mi permiso, y yo me quedaba para siempre también sin rincón, sin sillón, sin fiesta.

No sé si la muerte me llama demasiado pronto. Los veintidós años se me han ido muy deprisa y casi sin sentirlos, lo reconozco. Apenas me he dado cuenta del vivir y no sólo por la brevedad, sino por no haber salido nunca de la cárcel que yo mismo me he construido, y que yo consideraba el gran espacio de mi libertad. Pensándolo bien, sólo me he preocupado de cosas que me afectaban a mí directamente, sólo he tenido en cuenta mis intereses, mi política, mi ciencia, mis caprichos, mis "hobbys".

Como tocado por la luz de un rayo, me encontré invadido del pensamiento -que hasta ahora siempre habla rechazado- de que hubiera sido mejor no haber nacido. En algún escritor moderno he leído esa consideración; hablaba del nacer como el único pecado del hombre. Reflexionando, me he convencido de que esa frase no era mas que una escapatoria; haber nacido no puede ser pecado, sencillamente porque no nos es achacable. Nuestro aparecer en la tierra debe tener otra explicación. En cualquier caso quejarme por haber nacido ¿qué aportaba ya a mi espíritu? ¿Qué interés tenía cuando estaba a punto de caer víctima de una leucemia aguda? Escribiendo estas líneas, reconozco que la luz del rayo me sirvió para comenzar a vislumbrar que en mi, escondido en algún rincón, y junto al amor a María había algo más allá de mi leucemia.

Antes de venirme al hospital he ordenado mis papeles; en realidad he roto casi todos; me ha parecido lo mas honesto; no quería transmitir una sensación de inautenticidad, dejar una imagen de mí que al releer lo escrito se me antojó falsa. Y lo era. una simple repetición impersonal de cosas oídas aquí y allá leídas en este libro y en el otro, que podían envolverse en un paquete, y guardarlo con la etiqueta de mi nombre o del de cualquier otro estudiante universitario de mi tiempo.

Hoy apenas he podido abrir los párpados. Durante todo el día me he sentido invadido por un cansancio en cada uno de mis huesos y de mis músculos; tuve la impresión de que mi espíritu se quedaba sin soporte tangible. Hasta he perdido la fuerza de enfadarme por las jeringas y las gomas que penetran en mi cuerpo, aquí y allá, y sirven para mantener en marcha la alimentación. Ya al atardecer recupere algo de vigor.

Mis energías han disminuido de forma notable los dos últimos días. Supongo que es una señal clara de que se acerca el final aunque nadie se atreva a ha hacer un pronóstico a plazo fijo. Vivo día a día; y como aun estoy sobre mi cama consciente, sigo pensando y descubriendo la realidad de un "mi mismo" bien diferente a la contemplada hasta este momento.

Cuando en la universidad me hablaban de enfermos en situación terminal como la mía, yo alzaba la voz para decir que no había derecho a mantener seres humanos en esas condiciones de vida. Me sonaba casi a hipocresía llamar vivir a mantener a un ser humano sufriendo de esa manera. Tumbado en la cama de este hospital, abandonado con confianza en las manos de unas enfermeras que se esmeraban -vaya dicho con profundo agradecimiento- en cuidarme y hacerme la vida agradable. descubro que también el sufrir es parte de la vida, y me veo todavía respirando, pensando, amando.

Hoy incluso, he alzado la voz para amenazar con denunciar a un medico que me ha sugerido reducir el plazo de vida a mi disposición -y que él piensa será de una a dos semanas-. ingiriendo alguna nueva medicina. Para irme sedando vitalmente poco a poco, y para hacerme además más llevaderos los pocos días que me quedarían. Le he dicho, sencillamente, que no tengo miedo a la muerte, y que si se me ha concedido ya experimentar todo esto, él no era nadie para impedirme meterme de lleno en el dolor y en el sufrimiento, en el caminar ya cansado de acercamiento paulatino a la muerte.

-La muerte que me ha correspondido será toda para mí; le dije enfadado.

Mi madre me ha llamado por teléfono para quejarse de lo mal que se encontraba con su depresión. Apenas me hablo de otra cosa, y al final antes de colgar el teléfono, me recomendó que no dejara de cuidarme, de tomar las medicinas que me recetaban los médicos, que tuviera paciencia, y que perdonara si no pudo venir a acompañarme. No me animé a preguntarle por mis dos hermanas, también para evitar que me dijera que no les preocupaba lo mas mínimo lo que me pudiera ocurrir.

Me da una cierta pena, pero comprendo que no tengo ningún motivo para quejarme. Yo nunca me he ocupado mucho de ellas, y el alejamiento que yo mismo he creado, veo que se ha convertido en un abismo casi infranqueable.

María no vendrá hoy. Le han colocado un examen a media tarde y no podrá terminar antes de las ocho. No le será posible acercarse hasta aquí. No tengo otra perspectiva que pasar sin compañía la jornada entera; y reconozco que el pensar en las horas que faltan para la noche me deja algo desorientado.

Me he quedado solo en la habitación pues el otro enfermo a regresado a casa. La soledad hace más viva en mi espíritu la presencia de María. Reconozco que la estoy echando mucho de menos y me encuentro como si no supiera qué hacer cuando ella falta.

La última vez que la vi. tuve la debilidad de tratar de compartir con ella una experiencia nueva en mi vida: La angustia. La noche anterior, cerca de las tres, me había despertado de sobresalto. Un temor a un peligro desconocido comenzó a invadir mi espíritu como si la muerte estuviese ya a punto de apoderarse de mí. No tenía ningún asidero para impedir ser aniquilado, y no me encontraba con fuerzas para asistir como espectador a semejante espectáculo. Gritar no serviría de nada aparte de llamar la atención, despertar al enfermo de la otra cama, y poner en alarma a toda la zona. Trate de concentrarme y solo conseguí llorar. Así estuve un rato, y desde entonces apenas concilié el sueño hasta la madrugada.

Cuando le conté estos detalles, María debió descubrir que me avergonzaba un poco él haber llorado, y quizá para consolarme añadió enseguida en voz baja y como hablando consigo misma: “También lloró Jesucristo”. E inmediatamente pasó a otra cosa sin darle más importancia.

Desde entonces estoy deseando que regrese para que me explique el sentido de esa frase. Yo de Jesucristo no he oído hablar apenas en mi vida, y no consigo encontrar un lugar para situarlo dentro de mi horizonte intelectual. No recuerdo haber parado mi atención en ninguna iglesia salvo en sus facetas artísticas, y en alguna ocasión cuando he oído hablar de algún primo conocido que se bautizaba me he quedado con la impresión de no estar siquiera bautizado. Le preguntaré a mi madre la próxima vez que hablemos.

A media tarde y sin previo aviso, ha llegado un compañero de la universidad. Se paró en el umbral de la sala y, por la cara que puso, tuve la impresión que, apenas me vio se debió llevar un buen susto. Ya no soy el mismo, sin duda alguna. Sin pelo, con al menos quince kilos de menos, mi rostro puede ser desagradable para cualquiera, y verme debe dar un poco de lástima. Lo siento pero no puedo ofrecer otra cosa.

Estuvo a punto de marcharse sin ni siquiera entrar en la habitación; al fin se decidió, y me adelantó que apenas podría quedarse conmigo unos minutos. Al ver el "Nuevo Testamento" casi me echó una bronca:

-“¿Tu también?, Como los "viejos" que al final de la vida se hacen todos beatos, ¿ya se te ha olvidado la frase de Nietzsche: La filosofía, la religión y la moral son síntomas de decadencia?”

Reconozco que en aquel momento Nietzsche y cualquier otro filósofo me traían completamente sin cuidado. Quizá unos días atrás no le hubiera dado ninguna importancia a la frase, la hubiera tomado a broma, y la hubiera dejado perderse en el río de frases estúpidas, inútiles, que pululan por este mundo. El “Nuevo Testamento” sin embargo era un regalo de María, y así se lo dije un poco enfadado:

-"Cállate, por favor, que es un regalo de María; déjalo donde está y no vengas con idioteces. Además, yo leo lo que me da la gana, y nunca se me ha ocurrido pedirte autorización a ti ni a nadie para leer ni para nada. ¿No te querrás convertir en un pequeño inquisidor de barrio?"

Mi compañero prefirió desviar la atención, como quien lanza un comentario jocoso me soltó: "¿María? Lástima que te haya cogido ya enfermo y no hayas tenido tiempo de..."

No le di tiempo a terminar la frase. La mirada que le clavé estaba tan llena de rabia y de desprecio que tembló. Él me conocía desde años atrás y sabia que cuando quería era capaz de ser violento y duro y no me echaba nunca atrás. Ya no podía usar mis fuerzas físicas. Traté de hacerlo para darle una torta y enseguida me di cuenta de mi imposibilidad, pero el vigor del espíritu estaba latente. Y se marchó sin decir una palabra.

Sentí repugnancia y dolor profundos, mezclado con algo de pena y de vergüenza. Por las sospechas sobre María. Y por vez primera fui consciente de mi indignidad si hubiera pretendido hacer con ella lo mismo que con las otras. No le contaré nada, para no hacerla sufrir.

Algo nervioso, tomé el "Nuevo Testamento", y lo abrí al azar. Fije mis ojos en la siguiente frase: "Nadie hecha vino nuevo en odres viejos. De lo contrario, el vino rompe los odres y se pierde el vino y los odres. El vino nuevo se hecha más bien en odres nuevos".

No comprendí muy bien el sentido de las palabras. Si tuve la sensación de que mis odres viejos se estaban resquebrajando, y que mi espíritu no había saboreado todavía el vino nuevo.

La noche pasada me desperté muy pronto, y no porque hubiera mantenido en tensión las pocas fuerzas vitales que me quedan, en la esperanza de recibir a la muerte de forma decorosa y digna. Me parece que ya no dispongo de las energías necesarias para dictar condiciones a la muerte. Ella tiene más experiencia en estos trances y, mal que me pese, no tengo más remedio que dejarla hacer.

A las cuatro y media de la madrugada entraron en la habitación tres enfermeras acompañando a un hombre de unos setenta años en estado algo más que lastimoso; arrastraba los pies con dificultad, demacrado, y con la respiración tan entrecortada que hasta yo me di cuenta de que podía quedarse en cualquier momento. No hice otra cosa que acompañarle con la mirada.

Al pasar delante de mi cama el hombre volvió su rostro hacia mí; me sonrió como pidiéndome perdón por haberme venido a molestar en esos momentos. Yo ya llevaba tres semanas en el hospital, y era el primer enfermo en sus condiciones que se presentaba con una sonrisa. Después de acomodarlo, y dejándolo bajo la mirada protectora de una mujer algo mayor que él, se apagaron las luces de la habitación.

Intenté dormir, y me encontré paseando con la imaginación por París, Londres, Lisboa, Amsterdam, Roma, capitales visitadas en los últimos años. Había programado hacer más viajes y conocer más rincones de este nuestro mundo. A base de algunos ahorros y de trabajos extra no me sería difícil conseguir el dinero que necesitaba. Los programas se han quedado en sueño; y lo cierto es que, ahora, encerrado en este hospital no los hecho en falta, ni añoro su perdida.

¡Que impresión tan vaga, etérea, ligera, acumulan estos recuerdos cuando se sabe estar a cuatro o cinco días del morir! Lo que un día fue una maravilla, está ya casi borrado de la memoria; lo que un instante me hizo glorioso en mi grupo de la universidad -fui el primero de ellos que pescó por la “rive gauche” del Sena- se me presentaba hoy envuelto en un aire provincial que casi me enrojece.

Si acaso, se salvan en mi recuerdo los conciertos de música de Amsterdam, y el encanto del Colosseo romano. Y tengo ahora pena de mí mismo por el gesto ridículo y "snob" -yo que siempre habla despreciado esa actitud- de no haber ido a la plaza de San Pedro, durante mi estancia en Roma. Con unos amigos, forme hace tiempo un grupo para discutir los problemas de la actualidad; uno de los compromisos del programa era el de no tratar ningún asunto que tuviera relación ni con la religión, ni con la Iglesia, ni con los papas; al llegar a Roma me acorde de la cláusula y me entró el prurito de aplicarlo a rajatabla. Hice el ridículo, y no pase ni con la mirada la frontera del Vaticano.

A primera hora de la mañana mi vecino y la mujer que le acompañaba continuaban dormidos; llegaron los médicos, y le vieron tan exhausto, que decidieron dejarle descansar.

-"Cualquier cosa que le hagamos es inútil", comentaron, "no hay solución''.

Aprovechando su dormir, me fijé un poco más en ellos. Sin duda, provenían de algún ambiente rural, aunque las facciones especialmente del hombre, eran cuidadas; sobre la mesilla de noche habían puesto dos imágenes: de un crucificado, una, y la otra de una mujer que no supe decirme quién era. Entre las manos, el hombre tenía una especie de collar de cuentas negras. No descubrí nada más.

María llegó pronto, y con una sonrisa que quería ocultar un cierto desagrado me comunicó que le habían suspendido. A mí me dio pena, porque me constaba que era el primer suspenso de su carrera y, sin la menor duda, el bajo rendimiento ha sido motivado por la atención que me está prestando durante todos estos días. Preferí no seguir hablando del tema.

Hemos tenido que conversar en voz baja para no despertar a mis vecinos. Le recité la frase sobre el vino nuevo y los odres viejos, y sonrió. Le aclaré que no había encontrado el pasaje con el llanto de Cristo y ella, sin dudar más de un minuto, me mostró el párrafo, aclarándome que se refería a los momentos anteriores a la resurrección de Lázaro: “Al verla Jesús llorar, y que lloraban también los judíos que la acompañaban, se estremeció en su interior, se conmovió y dijo: ¿Dónde le habéis puesto?. Le contestaron: Señor, ven y lo verás. Y Jesús lloró. Decían los judíos: ¡Mirad coma le amaba!”

Sentí que mi curiosidad me removió; quizá porque hasta entonces nunca había visto llorar a ningún hombre. Y no pensaba que se podía echar tan en falta a un amigo.

-"¿Quién es Jesús?", Pregunté a María.

Dudó un momento, antes de darme la respuesta, y con toda naturalidad me respondió:

-"Es el Hijo de Dios, hecho hombre".

No dije palabra. Recibí en silencio la información, y no sé a qué neuronas de mi cerebro fueron a parar, que enseguida se abrió el rincón donde estaban guardadas otras palabras que hacían alusión también a Dios. Eran de Camús. "Muerto Dios, no quedan más que la historia y el poder".

Yo ya empezaba a no estar demasiado convencido de que hubiera muerto Dios, vista la amistad que María parecía tener con Él. En cambio, si puedo afirmar que ni la historia ni el poder me dicen nada en estos momentos, y que las lágrimas de Jesús, de quién María afirmaba ser Hijo de Dios hecho hombre, parecían guardar algún misterio escondido interesante para mí.

A punto ya de concluir la primera parte del diálogo con María, mi cansancio no me permitía más tiempo de conversación, y apareció mi madre con una amiga. Quizás se acordó del instante en que me dio a luz, se sobrepuso de su depresión, y vino a verme consciente de que me iba a perder para siempre.

Le presenté a María a quién todavía no conocía, y le pregunté sobre mi bautismo. Mi madre me ha confirmado en mi sospecha de no estar bautizado:

-“Ya sabes cómo pensamos papá y yo sobre estos asuntos”, me dijo.

Poco después y quizás algo consolada de ver a su hijo todavía vivo, me hizo una señal con la mano desde la puerta, y se fue.

Y quizá por haber parado la atención antes en el Colosseo me vino a la imaginación otro rincón de Roma lleno de encanto; el Oratorio Constantiniano, situado dentro del conjunto de la basílica-fortaleza de los Santi Quattro Coronati, a pocos cientos de metros del anfiteatro romano. En las pinturas, con cerca ya de mil años de historia, se narra el bautismo de Constantino y su entrada en Roma. Una de las escenas recoge al emperador sumergido en ríos de agua que le curan la lepra, imagen del pecado como decía el folleto que lo explicaba. Yo mire mis manos sin darme cuenta de la penumbra que envolvía la habitación. Realmente mi piel daba toda la impresión de estar blanca.

Al marcharse, María me informó que mi vecino era un sacerdote. Había encontrado ocasión de intercambiar unas palabras con la mujer que le acompañaba, la hermana, y de descubrir que la enfermedad era cáncer de estómago en estado muy avanzado. María se despidió con una caricia de sus labios sobre mi frente. El aliento de vida que me insufló me acompañó el resto del día.

No vino a verme ningún otro amigo de la universidad.

Esta noche tardé en dormirme. Mi cabeza se vio invadida por el recuerdo de lván Illich, y de los debates de su espíritu para librarse del pensamiento de la muerte. Al lado de mi cabeza, mi espíritu estaba repleto de una gran paz, como si no tuviese ya ansia de nuevas emociones, ni de lanzarse a la aventura de descubrir horizontes todavía inexplorados. Se avecinaba el fin definitivamente; y continúo preguntándome; el fin ¿de qué?

Le di las gracias a la primera enfermera que se presento en la habitación. Una mujer en la segunda juventud que alternaba momentos de gran desapego hacia los enfermos con una mirada de ternura honda, como si quisiera librarnos a cada uno de nuestras miserias y dolencias, y a la vez desease evitar cargar su espíritu con el peso de todas; fardo imposible de llevar. Hasta ese instante nunca le habla agradecido nada. Ella sonrió, y cumplió su misión con más cariño que nunca.

Miré de reojo al sacerdote. Ya estaba despierto. Me pareció ver en su rostro cansado y casi esquelético. La expresión serena de la cara de María cuando rezaba. Era la primera vez en mi vida que me hallaba a solas con un cura.

Tampoco de Dios yo sabia mucho. Me sonaba lo del "Padre, Hijo y Espíritu Santo" y algo sobre la muerte y resurrección de Jesucristo. Y poco más.

Hoy es el tercer día que este hombre y yo nos hacemos mutuamente compañía en silencio. Él no ha podido hablar hasta ahora, y también con su hermana se entiende por señas. Ayer noche los médicos decidieron liberarlo de todos los cuidados, y dejar que la enfermedad siga su curso ya breve, hasta el final. En cuanto sea posible conversaré con él sobre eso de "la vida eterna".

Hace tres semanas no le hubiera hecho el más mínimo caso, ni me hubiera preocupado de él, ni me hubiera ni siquiera planteado ese problema. Para mí, entonces, la muerte era el final, y ahí se concluía todo. La perspectiva de futuro estaba abierta por los cuatro costados; nada me impedía continuar investigando en la aventura de vivir, y seguir acumulando "experiencias" hasta ver dónde llegaba. Quizá en algún momento conseguiría situarme ante mí mismo y darme mi propia realidad; si es que "yo mismo" significaba algo, y "mi propia realidad" era algo más que tres palabras.

Reconozco que no me había parado a pensar en el gran sinsentido de una inteligencia y un corazón, que pueden abrirse a lo ilimitado, que están hurgando sin ni siquiera descanso para encontrar algo que llaman "verdad", sin ni siguiera saber qué es lo que en realidad buscan, pero que, en cualquier caso, son conscientes de que el objeto de su búsqueda es algo más que una palabra. El gran sin sentido, digo, que esa inteligencia y ese corazón pueden acabar como un gusano cualquiera.

Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que tenía tan asumido ese final de partida y desarrollaba tan poco sentido crítico en mi cabeza, que aceptaba sin más la conclusión de que todo en el hombre, el hombre mismo, se acaba con el morir. Admitía no ser más que "un ser sin huellas" como una sombra de nadie antes de nacer, y ya ni sombra después de morir.

En las tres últimas semanas acontecimientos importantes se han sucedido en mi vida y le han dado un giro en dirección contraria a la que había llevado hasta entonces. Un auténtico vuelco. Me he enamorado de María, y esto, ciertamente, me rompió.

Se desveló dentro de mí una fuerza con la que nunca había contado. Habla leído un montón de cosas acerca del amor como una mentira, un engaño, un puro egoísmo; y me las había tragado sin rechistar. En esa lógica apenas enterada de mi próxima muerte, María tendría que haberme abandonado, porque ya no le servía para nada. Y no fue así; su amor está vivo bien cerca de mí, dentro de mí.

Me diagnosticaron esta leucemia cuatro días después de descubrir que estaba enamorado; me ingresaron a renglón seguido, sin darme siquiera tiempo para arreglar papeles y dejar en orden mi habitación; en poco más de una semana he visto morir a mi lado a siete personas, de distintas edades y condiciones, yo que nunca hasta estos días había tenido nada que ver con la muerte. Y, la verdad, me considero todavía lo suficiente inteligente como para obligarme a pensar un poco, y tratar de sacar alguna luz de sucesos semejantes.

A media mañana -María vendrá hoy al atardecer- he tenido la oportunidad de charlar un rato con mi compañero de habitación. Mi curiosidad ha ido creciendo a lo largo del día, lo reconozco. Fui yo quien decidió comenzar:

-"Usted y yo vamos a morir pronto, le dije, ¿espera encontrarse algo más allá?".

Se tomó unos segundos para responder:

-"Yo sé que Alguien me espera, y no un desconocido. Ya lo he encontrado tantas veces de este lado, en este ''más acá".

-"¿Lo sabe o lo cree?".

-“Lo creo y lo sé a la vez. Sólo tengo una cabeza capaz de creer y de saber”.

-"Yo no lo creo, y tampoco lo sé. Mi cabeza me dice que esto se acaba", respondí.

-"¿Cómo se le ocurre a tu cabeza decirte eso, si nunca ha muerto; no será más bien, hijo mío tu imaginación la que te susurra esas cosas?".

Pronunció las palabras muy lentamente, y se paró un instante antes de decir: "hijo mío". Me dio la sensación de que se le escapó y de que a la vez, le surgía del fondo del alma.

-"¡No!, contesté sin reflexionar más; es mi inteligencia la que me afirma que no tiene sentido seguir viviendo “más allá’"

-"Tampoco tendría entonces sentido el simple hecho de estar aquí", casi susurró el anciano, pausadamente; y añadió:

-"¿Se te ha ocurrido alguna vez preguntar el porqué buscas un sentido a la vida? Si no lo tiene la muerte, que es el final del vivir aquí, tampoco lo tendrá el resto".

Se hizo un silencio de apenas un minuto, que a mí se me hizo muy largo. No me atreví a hablar en espera de que alguna otra palabra saliera de la boca del anciano sacerdote.

-"¿No será, hijo mío, que hay algo dentro de ti que clama por ..?".

No consiguió terminar. Me incorporé por si necesitaba algo, y sólo alcancé a mirarle a los ojos antes de que los cerrara en una mueca de dolor que le cruzó el rostro. Se contuvo, consiguió sobreponerse, y comenzó a rezar en voz baja un Padrenuestro. Murió sonriendo.

Toqué el timbre para avisar a la enfermera; y me sobrecogí. Me lo imaginé ya delante de ese "Alguien", su amigo. Y me convencí de que aquel hombre "sabia y creía". ¿Cómo? No lo sé. Sí admito que le tuve una cierta envidia. Y deseé para mí el "saber y creer" que él guardaba en su corazón. Se me hizo un nudo en la garganta y, aunque me esforcé en no hacerlo, le lloré.

La muerte del sacerdote me dejó triste. Y vivió mi tristeza solo porque María no llegó tampoco al atardecer.

Le di vueltas al diálogo apenas comenzado con ese hombre que guardaba en su alma, imaginaba yo, tantas cosas que podría haberme comunicado. Es cierto que, hasta ese instante, nunca me había parado a escudriñar dónde estaban las raíces de mi preocupación sobre el sentido de vivir. Vivía, y me bastaba.

¿Por qué me había llamado “hijo” a mí?. La palabra me sabia a una cierta novedad; no la había oído nunca en los labios de mi padre, y muy pocas veces en los de mi madre. El calor con que las habla dicho el sacerdote me sorprendió; me dio la impresión de que me conocía de toda la vida, y que no se dirigía a mí como a un extraño a quien acababa de encontrar.

Previendo quizá que me sería muy difícil dormir después de todo aquello, la enfermera me debió dar una dosis suficiente de tranquilizantes para tenerme sedado y dormido, porque no me desperté hasta las nueve de la mañana.

Volví a estar a solas conmigo mismo en la habitación. Mi cuerpo estaba ya preparado para morir; mi espíritu, que no parecía hacer mucho caso de las condiciones de mi cuerpo, despertó de nuevo, y como si no hubiera pasado la noche, forzaba a mi cabeza a continuar dando vueltas a las últimas palabras del sacerdote: "sabia y creía"; "hijo mío". Recordando su deseo de encontrarse con aquel "Alguien" que lo esperaba y con quien ya había compartido su vivir aquí en la tierra, me vi. todavía más solo, con una soledad que me asustó.

Yo nunca había anhelado encontrarme con nadie, nunca había echado en falta a nadie; si acaso, me había ocupado de lo que necesitaba yo, de lo que me venía bien a mí. Yo me he bastado siempre a mí mismo. Había estudiado, había comido, había viajado, habla estado con esta chica y con la otra, había discutido sobre los más variados asuntos... nunca me había parado ante el espejo de mí mismo, y me habla preguntado: ¿quién soy yo? ¿Quién hay de detrás de ese nombre, Juan Andrade García, escrito en mis documentos? ¿ A quién he servido para algo en este mundo?.

María ha llegado a las diez y media de la mañana. Echó en falta al sacerdote, y sintió de veras su muerte; le había tomado cariño. Me preguntó si había tenido ocasión de conversar con él; y le conté las pocas frases que habíamos cruzado.

Me peinó, me afeitó y se negó a dejarme un espejo para que me viera el rostro. No lo había hecho desde que llegué al hospital, y suponía que debía estar algo cambiado. Quizá para compensar, corrió las cortinas y dejó entrar en la habitación la dulce luz de una mañana que anunciaba ya el verano. El calendario señala hoy el día 15 de junio de 1994.

Al poco rato, y no sé si por propia iniciativa o por sugerencia de los médicos, María me dijo con toda claridad que salvo un milagro, aquel podía ser mi último día en la tierra, y mi fin podría sobrevenirme en cualquier momento. Aún habiéndome dicho a mí mismo que estaba preparado para recibir ese anuncio, la noticia me cogió desprevenido y me produjo un cierto temblor.

Convencido de que el milagro -¿qué sentido tiene para mí un "milagro?”¿, ¿Qué es eso?- no se produciría, se me hizo un nudo en la garganta que me impidió hablar durante un rato. Y me hallé sumergido en una gran tristeza.

La tristeza se unió a la soledad en la que me habían introducido los pensamientos anteriores, e hizo crecer en mi espíritu una profunda sensación de no haber hecho nada en la vida, de no haber sido útil para nada ni para nadie. De haber perdido, malgastado miserablemente el tiempo. Y otra vez me invadió la memoria de Iván Illich y su morir repitiendo: "Se acabó la muerte" -se dijo- "La muerte no existe". Junto al rostro desencajado de Iván, yo veía la sonrisa del sacerdote rezando un Padrenuestro en espera de pasar la muerte y abrazar a "Alguien" que parecía tenderle ya los brazos. María respetó mi silencio. Y así permanecimos callados un tiempo.

Al cabo de un rato. le dije: "Léeme, por favor, algo de tu libro"; lo abrió y leyó: "Entones Felipe. tomando la palabra y comenzando por este texto de la escritura, le evangelizó a Jesús. Siguiendo su camino, llegaron a un paraje en que había agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua ¿qué impedimento hay para que yo sea bautizado?".

A las once y media se presentó de nuevo mi madre con su amiga. Me dio mucha pena verla; por primera vez en mi vida comprendí que yo también significaba algo para ella. Nunca me había preocupado de si yo le interesaba más o menos, y tampoco nunca le habla manifestado el más mínimo afecto. Titubeó un buen rato en el umbral de la habitación y al fin dio unos pasos hacia mi que le debieron costar un mundo. Se sobrepuso a su nerviosismo llegó hasta su hijo, me dio un beso -ya no recordaba cuantos años habían pasado desde la última vez que hizo lo mismo- y se marchó. Me quedé con la conciencia de haberla tratado con crueldad. Y casi lloré.

Apenas comí. Me encontraba aturdido y desorientado. La muerte está aquí y no vale la pena hacer malabarismos con la imaginación para pretender negarla. No sabia qué hacer, y sólo se me ocurrió decirle a María que rezase conmigo un Padrenuestro; era una de tantas experiencias que no habla saboreado en mis veintidós años.

"Padre nuestro... perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden...". Yo nunca había pedido perdón a nadie; jamás se me había pasado por la cabeza semejante cosa. Quizá nunca había amado a nadie para darme cuenta de que le podía hacer mal. Miré a María, y me entraron unas ganas enormes de comenzar con ella lo que podría ser una nueva experiencia en mi vida, y pedirle perdón.

No me atreví; me sobrevino enseguida un sentimiento de vergüenza todavía mayor, y me contuve. Y tampoco había perdonado a nadie. A cualquiera que me había hecho, o intentado hacerme, una faena, lo había aparcado allá en un pliegue de mi espíritu y cancelado de mi vida, sin dirigirle ya nunca más la palabra.

***

Aquí terminan los papeles manuscritos. Juan Andrade García falleció el 16 de Junio de 1994, veinticuatro minutos después del mediodía. Aquella mañana ya no añadió ninguna línea; y fue María quien escuetamente escribió días después el final.

“Llegué al hospital a las ocho y media. Juan estaba despierto, con los ojos muy abiertos. Toda su alma se asomaba en las pupilas. Me hizo una seña, y al oído me rogó que le explicase algo de Jesús, "como al eunuco". Le resumí en pocas palabras la vida de Cristo, desde Belén al Calvario, a la Resurrección y Ascensión al Cielo Le dejé un rato en silencio, y a otro gesto suyo me acerqué a él. Esta vez. señaló un vaso de agua en la mesilla de noche y dijo: "¿Puedo yo recibir el bautismo?".

Me puse muy nerviosa; era la primera vez en mi vida que me encontraba en una situación semejante. Comenzó a respirar mal. Vino la enfermera y me avisó que se estaba yendo. Tome el vaso y derramé agua sobre su cabeza, mientras decía: "Juan, yo te bautizo...". Y, plácidamente, murió”.