Os presentamos la nueva Encíclica que el Papa presentó ayer en Roma...y ¿qué es una Encíclica?...en los comienzos de la Iglesia, las encíclicas eran cartas circulares que el Papa enviaba a todas las iglesias de una zona concreta. En la actualidad se denomina encíclica papal a la carta enviada por el Papa, no solo a religiosos y fieles laicos del mundo, sino también a todas las personas de buena voluntad como leemos en la introducción de la misma. El nombre de las encíclicas viene dado por sus dos primeras palabras en Latín, en este caso: "Caritas in veritate": La caridad en la verdad...
jueves, 9 de julio de 2009
martes, 7 de julio de 2009
El Papa te presenta su Enciclica
Intervención durante la audiencia general 8.VII.09
Mi nueva encíclica "Caritas in veritate", que ayer se presentó oficialmente, se inspira en su visión fundamental en un pasaje de la carta de san Pablo a los Efesios, en el que el apóstol habla del actuar según la verdad en la caridad: "Actuando --lo acabamos de escuchar-- según la verdad en la caridad, crecemos en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo" (4, 15). La caridad en la verdad es, por tanto, la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. Por esto, en torno al principio "caritas in veritate", gira toda la doctrina social de la Iglesia. Sólo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un valor humano y humanizador. La caridad en la verdad "es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción moral" (n. 6). La encíclica alude en seguida en la introducción a dos criterios fundamentales: la justicia y el bien común. La justicia es parte integrante de ese amor "con los hechos y en la verdad" (1 Juan 3,18), a la que exhorta el apóstol Juan (Cf. n. 6). Y "amar a alguien es querer su bien y obrar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien ligado a la vida social de las personas... Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja" por el bien común. Por tanto, dos son los criterios operativos, la justicia y el bien común; gracias a éste último, la caridad adquiere una dimensión social. Todo cristiano --dice la encíclica-- está llamado a esta caridad, y añade: "Ésta es la vía institucional... de la caridad" (cfr n. 7).
Como otros documentos del Magisterio, también esta encíclica retoma, continúa y profundiza el análisis y la reflexión de la Iglesia sobre cuestiones sociales de vital interés para la humanidad de nuestro tiempo. De modo especial, enlaza con cuanto escribió Pablo VI, hace ahora más de cuarenta años, en la "Populorum progressio", piedra angular de la enseñanza social de la Iglesia, en la que el gran pontífice traza algunas líneas decisivas, y siempre actuales, para el desarrollo integral del hombre y del mundo moderno. La situación mundial, como ampliamente demuestra la crónica de los últimos meses, sigue presentando no pocos problemas y el "escándalo" de desigualdades clamorosas, que permanecen a pesar de los compromisos adoptados en el pasado. Por una parte, se registran signos de graves desequilibrios sociales y económicos; por la otra, se invocan desde muchas partes reformas que no pueden demorarse por más tiempo para superar la brecha en el desarrollo de los pueblos. El fenómeno de la globalización puede, en este sentido, constituir una oportunidad real, pero por esto es importante que se acometa una profunda renovación moral y cultural y un discernimiento responsable sobre las elecciones que hay que realizar para el bien común. Un futuro mejor para todos es posible, si se funda en el descubrimiento de los valores éticos fundamentales. Es necesaria por tanto una nueva proyección económica que vuelva a diseñar el desarrollo de forma global, basándose en el fundamento ético de la responsabilidad ante Dios y ante el ser humano como criatura de Dios.
La encíclica ciertamente no mira a ofrecer soluciones técnicas a las grandes problemáticas sociales del mundo actual --no es la competencia del magisterio de la Iglesia (Cf. n. 9)--. Ésta recuerda sin embargo los grandes principios que se revelan indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años. Entre éstos, en primer lugar, la atención a la vida del hombre, considerada como centro de todo verdadero progreso; el respeto del derecho a la libertad religiosa, siempre unido íntimamente al desarrollo del hombre; el rechazo de una visión prometeica del ser humano, que lo considera artífice absoluto de su propio destino. Una ilimitada confianza en las potencialidades de la tecnología se revelaría finalmente ilusoria. Se necesitan hombres rectos tanto en la política cuanto en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común. En particular, viendo las emergencias mundiales, es urgente llamar la atención de la opinión pública ante el drama del hambre y de la seguridad alimentaria, que afecta a una parte considerable de la humanidad. Un drama de tales dimensiones interpela a nuestra conciencia: es necesario afrontarlo con decisión, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres. Estoy seguro de que esta vía solidaria al desarrollo de los países más pobres ayudará ciertamente a elaborar un proyecto de solución de la crisis global actual. Indudablemente debe revalorarse atentamente el papel y el poder político de los Estados, en una época en la que existen de hecho limitaciones a su soberanía a causa del nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional. Y por otro lado, no debe faltar la participación de los ciudadanos en la política nacional e internacional, gracias también a un compromiso renovado de las asociaciones de los trabajadores llamados a instaurar nuevas sinergias a nivel local e internacional. Un papel de primer nivel desempeñan, también en este campo, los medios de comunicación social para la potenciación del diálogo entre culturas y tradiciones diversas.
Queriendo por tanto programar un desarrollo no viciado por las disfunciones y distorsiones hoy ampliamente presentes, se impone por parte de todos una seria reflexión sobre el sentido mismo de la economía y sobre sus finalidades. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo pide la crisis cultural y moral del hombre que aparece con evidencia en cada lugar del globo. La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; necesita recuperar la importante contribución del principio de gratuidad y de la "lógica del don" en la economía de mercado, en el que la regla no puede ser el provecho propio. Pero esto sólo es posible únicamente gracias al compromiso de todos, economistas y políticos, productores y consumidores, y presupone una formación de las conciencias que dé fuerza a los criterios morales en la elaboración de los proyectos políticos y económicos. Justamente, desde muchas partes se apela al hecho de que los derechos presuponen deberes correspondientes, sin los cuales los derechos corren el riesgo de transformarse en libre arbitrio. Es necesario, se repite cada vez más, un estilo diverso de vida por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno hacia el ambiente se unan con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás. La humanidad es una sola familia y el diálogo fecundo entre fe y razón no puede más que enriquecerla, haciendo más eficaz la obra de la caridad en lo social, constituyendo además el marco apropiado para incentivar la colaboración entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida de trabajar por la justicia y la paz en el mundo. Como criterios-guía por esta interacción fraterna, en la encíclica indico los principios de subsidiariedad y de solidaridad, en estrecha conexión entre sí. He señalado finalmente, ante problemáticas tan vastas y profundas del mundo de hoy, la necesidad de una Autoridad política mundial regulada por el derecho, que se atenga a los mencionados principios de subsidiariedad y solidaridad y que esté firmemente orientada por la realización del bien común, en el respeto de las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad.
El Evangelio nos recuerda que no sólo de pan vive el hombre: no sólo con bienes materiales se puede satisfacer la profunda sed de su corazón. El horizonte del hombre es indudablemente más alto y más vasto; por esto todo programa de desarrollo debe tener presente, junto a lo material, el crecimiento espiritual de la persona humana, que está dotada de alma y cuerpo. Este es el desarrollo integral, al que constantemente se refiere la doctrina social de la Iglesia, desarrollo que tiene su criterio orientador en la fuerza propulsora de la "caridad en la verdad".
Queridos hermanos y hermanas, oremos para que también esta encíclica pueda ayudar a la humanidad a sentirse una única familia comprometida en realizar un mundo de justicia y de paz. Oremos para que los creyentes, que trabajan en los sectores de la economía y de la política, adviertan cuán importante es la coherencia de su testimonio evangélico en el servicio que ofrecen a la sociedad. Particularmente, os invito a rezar por los jefes de Estado y de Gobierno del G8 que se reúnen en estos días en L'Aquila. Que de esta importante cumbre mundial broten decisiones y orientaciones útiles para el verdadero progreso de todos los pueblos, especialmente de los más pobres. Confiamos estas intenciones a la maternal intercesión de María, Madre de la Iglesia y de la humanidad.
Mi nueva encíclica "Caritas in veritate", que ayer se presentó oficialmente, se inspira en su visión fundamental en un pasaje de la carta de san Pablo a los Efesios, en el que el apóstol habla del actuar según la verdad en la caridad: "Actuando --lo acabamos de escuchar-- según la verdad en la caridad, crecemos en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo" (4, 15). La caridad en la verdad es, por tanto, la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. Por esto, en torno al principio "caritas in veritate", gira toda la doctrina social de la Iglesia. Sólo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un valor humano y humanizador. La caridad en la verdad "es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción moral" (n. 6). La encíclica alude en seguida en la introducción a dos criterios fundamentales: la justicia y el bien común. La justicia es parte integrante de ese amor "con los hechos y en la verdad" (1 Juan 3,18), a la que exhorta el apóstol Juan (Cf. n. 6). Y "amar a alguien es querer su bien y obrar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien ligado a la vida social de las personas... Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja" por el bien común. Por tanto, dos son los criterios operativos, la justicia y el bien común; gracias a éste último, la caridad adquiere una dimensión social. Todo cristiano --dice la encíclica-- está llamado a esta caridad, y añade: "Ésta es la vía institucional... de la caridad" (cfr n. 7).
Como otros documentos del Magisterio, también esta encíclica retoma, continúa y profundiza el análisis y la reflexión de la Iglesia sobre cuestiones sociales de vital interés para la humanidad de nuestro tiempo. De modo especial, enlaza con cuanto escribió Pablo VI, hace ahora más de cuarenta años, en la "Populorum progressio", piedra angular de la enseñanza social de la Iglesia, en la que el gran pontífice traza algunas líneas decisivas, y siempre actuales, para el desarrollo integral del hombre y del mundo moderno. La situación mundial, como ampliamente demuestra la crónica de los últimos meses, sigue presentando no pocos problemas y el "escándalo" de desigualdades clamorosas, que permanecen a pesar de los compromisos adoptados en el pasado. Por una parte, se registran signos de graves desequilibrios sociales y económicos; por la otra, se invocan desde muchas partes reformas que no pueden demorarse por más tiempo para superar la brecha en el desarrollo de los pueblos. El fenómeno de la globalización puede, en este sentido, constituir una oportunidad real, pero por esto es importante que se acometa una profunda renovación moral y cultural y un discernimiento responsable sobre las elecciones que hay que realizar para el bien común. Un futuro mejor para todos es posible, si se funda en el descubrimiento de los valores éticos fundamentales. Es necesaria por tanto una nueva proyección económica que vuelva a diseñar el desarrollo de forma global, basándose en el fundamento ético de la responsabilidad ante Dios y ante el ser humano como criatura de Dios.
La encíclica ciertamente no mira a ofrecer soluciones técnicas a las grandes problemáticas sociales del mundo actual --no es la competencia del magisterio de la Iglesia (Cf. n. 9)--. Ésta recuerda sin embargo los grandes principios que se revelan indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años. Entre éstos, en primer lugar, la atención a la vida del hombre, considerada como centro de todo verdadero progreso; el respeto del derecho a la libertad religiosa, siempre unido íntimamente al desarrollo del hombre; el rechazo de una visión prometeica del ser humano, que lo considera artífice absoluto de su propio destino. Una ilimitada confianza en las potencialidades de la tecnología se revelaría finalmente ilusoria. Se necesitan hombres rectos tanto en la política cuanto en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común. En particular, viendo las emergencias mundiales, es urgente llamar la atención de la opinión pública ante el drama del hambre y de la seguridad alimentaria, que afecta a una parte considerable de la humanidad. Un drama de tales dimensiones interpela a nuestra conciencia: es necesario afrontarlo con decisión, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres. Estoy seguro de que esta vía solidaria al desarrollo de los países más pobres ayudará ciertamente a elaborar un proyecto de solución de la crisis global actual. Indudablemente debe revalorarse atentamente el papel y el poder político de los Estados, en una época en la que existen de hecho limitaciones a su soberanía a causa del nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional. Y por otro lado, no debe faltar la participación de los ciudadanos en la política nacional e internacional, gracias también a un compromiso renovado de las asociaciones de los trabajadores llamados a instaurar nuevas sinergias a nivel local e internacional. Un papel de primer nivel desempeñan, también en este campo, los medios de comunicación social para la potenciación del diálogo entre culturas y tradiciones diversas.
Queriendo por tanto programar un desarrollo no viciado por las disfunciones y distorsiones hoy ampliamente presentes, se impone por parte de todos una seria reflexión sobre el sentido mismo de la economía y sobre sus finalidades. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo pide la crisis cultural y moral del hombre que aparece con evidencia en cada lugar del globo. La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; necesita recuperar la importante contribución del principio de gratuidad y de la "lógica del don" en la economía de mercado, en el que la regla no puede ser el provecho propio. Pero esto sólo es posible únicamente gracias al compromiso de todos, economistas y políticos, productores y consumidores, y presupone una formación de las conciencias que dé fuerza a los criterios morales en la elaboración de los proyectos políticos y económicos. Justamente, desde muchas partes se apela al hecho de que los derechos presuponen deberes correspondientes, sin los cuales los derechos corren el riesgo de transformarse en libre arbitrio. Es necesario, se repite cada vez más, un estilo diverso de vida por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno hacia el ambiente se unan con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás. La humanidad es una sola familia y el diálogo fecundo entre fe y razón no puede más que enriquecerla, haciendo más eficaz la obra de la caridad en lo social, constituyendo además el marco apropiado para incentivar la colaboración entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida de trabajar por la justicia y la paz en el mundo. Como criterios-guía por esta interacción fraterna, en la encíclica indico los principios de subsidiariedad y de solidaridad, en estrecha conexión entre sí. He señalado finalmente, ante problemáticas tan vastas y profundas del mundo de hoy, la necesidad de una Autoridad política mundial regulada por el derecho, que se atenga a los mencionados principios de subsidiariedad y solidaridad y que esté firmemente orientada por la realización del bien común, en el respeto de las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad.
El Evangelio nos recuerda que no sólo de pan vive el hombre: no sólo con bienes materiales se puede satisfacer la profunda sed de su corazón. El horizonte del hombre es indudablemente más alto y más vasto; por esto todo programa de desarrollo debe tener presente, junto a lo material, el crecimiento espiritual de la persona humana, que está dotada de alma y cuerpo. Este es el desarrollo integral, al que constantemente se refiere la doctrina social de la Iglesia, desarrollo que tiene su criterio orientador en la fuerza propulsora de la "caridad en la verdad".
Queridos hermanos y hermanas, oremos para que también esta encíclica pueda ayudar a la humanidad a sentirse una única familia comprometida en realizar un mundo de justicia y de paz. Oremos para que los creyentes, que trabajan en los sectores de la economía y de la política, adviertan cuán importante es la coherencia de su testimonio evangélico en el servicio que ofrecen a la sociedad. Particularmente, os invito a rezar por los jefes de Estado y de Gobierno del G8 que se reúnen en estos días en L'Aquila. Que de esta importante cumbre mundial broten decisiones y orientaciones útiles para el verdadero progreso de todos los pueblos, especialmente de los más pobres. Confiamos estas intenciones a la maternal intercesión de María, Madre de la Iglesia y de la humanidad.
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